Redacción
Lo que comenzó como un truco informal para anotar ideas, recordatorios o tareas fugaces, se ha transformado en un hábito masivo: enviarse mensajes a uno mismo por WhatsApp. La plataforma incluso lo institucionalizó en 2022, al permitir que los usuarios se escribieran sin necesidad de crear grupos falsos, impulsando así una práctica que muchos han adoptado como si fuera un sistema de organización personal.
En países como España o México, donde WhatsApp domina la comunicación diaria, el acceso instantáneo y la familiaridad con la app han facilitado su uso como bloc de notas digital. Con un solo toque se puede guardar una foto, un enlace, una idea o una lista de compras. La inmediatez es su mayor ventaja… y también su mayor riesgo.
Lo que muchos no ven es que, al usar WhatsApp como gestor de tareas, se está construyendo una estructura sobre terreno inestable. “La app convierte todo en flujo”, explican expertos en productividad digital. Sin carpetas, jerarquías, estados o fechas límite, las tareas se pierden fácilmente entre memes, cadenas reenviadas y conversaciones olvidadas.
Algunos usuarios han ido más lejos, creando múltiples grupos con ellos mismos, organizados por temas: “Trabajo”, “Compras”, “Ideas”. Pero esa aparente organización es sólo una ilusión. WhatsApp no permite gestionar eficazmente el contenido. No hay checklists, no se puede ordenar ni priorizar, y buscar entre cientos de mensajes puede volverse caótico.
“El problema es que confundimos conveniencia con productividad”, advierten. La fricción eliminada al momento de anotar algo regresa multiplicada cuando se intenta recuperar o dar seguimiento. Esa idea brillante enviada hace semanas puede terminar enterrada en el scroll infinito, sin contexto y sin valor.
WhatsApp puede ser útil como bloc de notas ocasional, una suerte de post-it digital. Pero no es un sistema de gestión. Como herramienta de mensajería, cumple. Como organizador personal, falla.
La comodidad mal entendida puede volverse una trampa. Usar WhatsApp como libreta de apuntes puede funcionar en emergencias, pero vivir dentro de esa dinámica es apostar por el desorden. Porque, como advierten los expertos: ningún cirujano opera con un martillo.