VICE
Por Memo Bautista
Ciudad de México.- “Hola, soy Christopher y soy transexual. Hago este video para compartirles acerca de mi vida, de mi transición y de los cambios en mi cuerpo que van a pasar dentro de muy poco”.
La pantalla de Youtube muestra a un chico que vive en Xalapa, la capital de Veracruz, al oriente de México, que a primera vista parece menor de edad, aunque tiene 23 años.
Usa una chamarra roja con las mangas blancas, muy parecida a las que visten los equipos deportivos de las preparatorias en Estados Unidos. El cabello está muy corto de los costados con un gran tupe al centro. Su mirada es juguetona. Va de un lado a otro, trata de recordar algo y cuando lo hace clava lo ojos en la cámara para exponer su punto. Cuando avienta una pregunta levanta la ceja derecha —las dos están muy bien delineadas—. Su voz es delgada aunque, eso sí, firme.
Éste fue el primero de una serie de videos que Christopher ha subido a su canal de Youtube desde hace más de un año para documentar su tratamiento, el camino que ha recorrido para vivir en el cuerpo correcto: el de un hombre.
Cuando supe que era trans me puse a investigar y me di cuenta que no había videos en español, y los que había no se hablaban del principio para que entendiera todo el mundo. Y yo no entendía nada, porque cuando tú empiezas, no sabes nada y te hablan como si ya supieras. Y después de eso me puse a investigar y vi los cambios de los chicos. ¡Son unos mega cambios! Me pregunté por qué no lo documentaban, porqué sólo se tomaban una foto casi cada año. Además, desde que era niño me ha encantado grabar todo. Tenía y tengo mucho que decir. Al principio fue algo egoísta, como para ver mis cambios porque cambias muy impresionantemente. Y dije: ‘quiero grabar los cambios de mi tono de voz, de mis facciones mediante video, no mediante fotos porque luego te cambia la voz y ni recuerdas cómo era antes porque no lo documentaste’. También lo hice para informar a la gente de mi alrededor. Ya después se volvió algo diferente, el objetivo cambió porque más gente me empezó a ver y más chavos se me empezaron a acercar. Ahora son más informativos, no tan serios.
Si puedo ayudar en algo con mi experiencia, ¿qué mejor?
Chris siempre fue diferente, desde el vientre de su mamá. Doña Rosalinda estaba segura que de su tercer embarazo nacería un niño. Entre más crecía su barriga, más redonda se hacía. No había duda, la experiencia así se lo dictaba. En sus embarazos anteriores la panza le creció en pico y nacieron dos mujeres. El día del parto su sorpresa fue mayúscula: había nacido otra niña a la que bautizó con su nombre.
Me di cuenta que era un niño a los tres años y me acuerdo que yo seguía mucho a mi papá, me ponía sus corbatas y decía soy un niño, pero me regañaban por usar corbatas y no jugar con muñecas. Fue una pelea horrible que duró muchos años.
A los cuatro años, que fue cuando entré al kinder, me encantaba una niña de vestido azul, no era muy bonita, pero sí la más linda de la escuela. Yo no sabía qué pedo. Tenía un mundo secreto en el que yo era niño: me gustaban las cosas de niño, me gustaban las niñas pero no lo podía decir porque estaba mal, porque me regañaban.
Me decían: ‘no hagas eso, tu debes hacer tal cosa’. Durante los años de primaria a mí me gustaban las niñas. Yo era un pinche mocosillo, me confundían con niño aunque tuviera el pelo largo. Sí, lo viví toda la vida, simplemente que no sabía el nombre de lo que me pasaba.
A pesar de ello, Chris tuvo una infancia feliz, sólo que su disforia de género a veces lo metía en apuros. Como esa vez en la primaria, el primer día de clases en esa escuela en la que sólo estudiaban mujeres. Tenían que ir vestidas de blanco y así lo hicieron todas, sólo que Christopher —entonces Rosalinda— fue la única que llevó pantalón.
Otra niña le dijo que se fuera, que ella no pertenecía a ese lugar, que ahí sólo iban mujeres y ella no lo era. Entonces le jaló el largo cabello negro, para desenmascarar a la supuesta impostora. “Traes peluca”, le gritaba, y ella sólo atinó a decir que cualquier niña que trajera el cabello corto iba a parecer niño. La quejosa le creyó. Pero de alguna forma aquella provocadora tenía algo de razón: Chris no pertenecía ahí: era un varón atrapado en el cuerpo de una mujer. Se sentía malo, creía que era el anticristo.
La secundaria y el primer año de la preparatoria fue un periodo oscuro, pero no porque fuera molestado. De hecho pasaba desapercibido. Cayó en depresión porque aparecieron los cambios de toda adolescente: le crecieron los pechos, las caderas se hicieron anchas y llegó la menstruación.
Tenía miedo que la gente se burlara de él. No lo llamarían el flaco ni el gordo o el chaparro. Lo mas seguro es que lo llamaran con esa palabra que no le gusta: marimacha.
Chris lloraba en silencio, pensaba mucho en el suicidio, en la automutilación porque no estaba a gusto con su cuerpo. Tenía 13 años cuando sus papás le preguntaron si le gustaban las mujeres. Él les dijo que no porque tenía miedo a lo que le fueran a decir.
Fue la época en que llegó uno de los primeros actos de discriminación. En la prepa a la que iba el reglamento indicaba que las mujeres podían usar falda o pantalón, lo que quisieran. Entonces Chris le pidió a su mamá que le comprara unos pantalones. Fueron a la tienda, se midió un modelo de mujer, que parecía de hombre. Era una prenda perfecta. Completó su “outfit” con unos zapatos que sí eran varoniles. Al otro día llegó a la escuela, se sentía muy cómodo, muy bien con su atuendo. Estaba con un grupo de amigas comiendo en la cafetería cuando se le acercó el prefecto, se inclino hasta su oído y le susurró:
—Que sea la última vez que traes pantalón.
—¿Por qué? Se supone que puedo traerlo— dijo la chica un tanto intimidada.
—Pues sí, pero la directora dice que tú no puedes usar pantalón en esta escuela. Las demás chicas sí pueden, pero tú no porque pareces hombre y a ella no le gusta.
Chris quedó mudo, no sabía que decir, no sabía cómo defenderse. Cómo hacerlo si ni él mismo comprendía lo que sucedía en su interior.
Lo que más sufrí en mi vida no fue el paso para ser transexual, de hecho eso fue como una liberación. Mis años más infelices fueron la secundaria y parte de la prepa. Te estoy hablando de cuatro años, los peores cuatro años de mi vida. Estaba oculto. Y yo siempre he sido muy extrovertido, siempre me ha gustado llamar la atención, hablar y opinar.
En ese tiempo no hablaba, no opinaba, me escondía y fingía algo que no era para que no me molestaran.
Todo lo que sufrí se lo atribuyo al miedo conmigo mismo, como que me reprimía demasiado. Eso es lo que me inspira tanto a ya no estar triste.