Si no haces nada, no pasa nada

Vigilia. Entre lo público, la razón y el juicio

Miguel Ángel Juárez Frías

juarezfrias@gmail.com

Hace unos días escribíamos sobre la punta del iceberg, esa vista parcial de lo que lamentablemente ocurre en nuestro Estado. Entonces, como ahora, la urgencia no es narrar lo evidente, sino despertar del letargo. No para gritar por gritar, sino para invocar responsabilidad, que no es lo mismo que implorar. 

Recientemente vi una serie coreana en Netflix, Gloria, y también una película, Mujer Valiente, esta en Prime, ambas producciones centradas en el bullying. Más allá del acoso escolar que retratan, lo que me sacudió fue la sensación de impotencia; la desesperación que se experimenta cuando se enfrenta un sistema que ha normalizado la violencia; como en un espejo, ese dolor ajeno reflejaba el nuestro:homicidios, secuestros, extorsionesAguascalientes ya no es ajeno a esa narrativa de dolor, desesperación, impotencia.

Hoy, comparar solo para consolarse con el mal ajeno ya no basta, decir que hay estados peores o repetir que en otras latitudes las calles son trincheras es una forma de claudicar a nuestra verdad. Aquí no tenemos por qué llegar a esos extremos. Pero estamos en camino.

La escalada de violencia es visible, incluso para quien se esfuerza en no verla. Homicidios que ya no se contabilizan con asombro; autos quemados como advertencia; cigarros de contrabando en tiendas forzadas a venderlos; maquinitas de azar traga-monedas en cualquier barrio popular que simulan una versión tercermundista del paraíso prometido en las películas asiáticas.

Todo está a la vista, cuadra a cuadra, como testimonio del deterioro institucional y del extravío ético del Estado.

El problema es que lo más grave ya no es el hecho delictivo, es la reacción social e institucional que lo sigue. A quienes observamos con preocupación nos invade una mezcla de frustración e incredulidad; a quienes miran desde lejos les basta con reacomodar el horror en su paisaje urbano. Mientras tanto, los medios, atados a censuras económicas, alteran la jerarquía de las noticias: primero el bolillo con crema, después, si acaso, el multihomicidio, el atentado o la extorsión.

La realidad ya no se tapa con boletines ni con fotografías felices. El Estado invierte en su imagen, pero descuida su alma, la infección social ha avanzado tanto que ni la propaganda alcanza para encubrirla.

Hace poco leí que señalar esto puede ser “temerario”. Temerario por decir lo que todos vemos, por hablar de lo que la mayoría calla. Pero no se trata de temeridad ni de valentía. Es simplemente un grito desesperado, un grito que, si no se convierte en eco colectivo, morirá en el papel de mis archivos y en la memoria digital de la nube.

No es alarmismo ni exageración, es un llamado urgente. No a los opositores, no a los analistas, ni a los líderes sociales. 

Esta vez el mensaje va directo al equipo de seguridad del Estado: federal, estatal y municipal. A quienes debería preocuparse más por proteger a las familias que por pulir la narrativa del boletín; a quienes se obsesionan con la estética de la gestión y olvidan el deber de cuidar a la gente.

Te lo pregunto a ti, que lees esto por cortesía, por interés o por coincidencia: ¿qué estamos haciendo?

Porque si no haces nada, no pasa nada.

Esa es la médula de esta reflexión. Que este comentario reflexivo y exigente no se quede en tinta, sino que se vuelva chispa que pueda convertirse en llama. Un mínimo esfuerzo colectivo para visibilizar la criminalidad que ya no es excepción, sino rutina. Que el silencio no nos vuelva cómplices.

Les aseguro que cuando despertemos de esta noche mediática y colectiva, seremos más los buenos que los malos, más los que reclamemos paz a los que generan crimen, más los que queremos República a quienes prefieren el servilismo.

Pero ese día no llegará solo, se construye con denuncia, con conciencia, con valor. 

Mientras nos gane el miedo o la omisión, el cobro de piso llegará a tu casa disfrazado de vendedor, y la extorsión será la nueva forma  de carga impositiva que debe pagar la ciudadanía.

Aguascalientes aún puede.

Pero para que pase algo, alguien tiene que hacer algo.

Nos leemos la siguiente.