Desde mi balcón: ¿Se aprende o no en las escuelas de México?

Jorge Arturo Ferreira Garnica

Aguascalientes, Ags.- Tengo la convicción de que cada nuevo día es el Alfa de mi vida, cuyo renovado sol con sus translucidos rayos entran furtivamente por mi ventana y me motivan a través de una imperceptible, cálida y sutil caricia que me invita o provoca a imaginar mi día. No es fácil trazar el mapa de un nuevo día, de un siempre primer día; y menos aún, en un círculo tan contaminado de inefables putrefacciones, suciedades y pestilencias sin límite. En un ambiente de trampas, marrullerías, engaños y mentiras que se revuelcan en el más puro cinismo, para continuar y converger en una sola e inagotable fuente de corrupción absoluta; abrevadero de toda esa caterva de pillos,fracasados aprendices de político, y de toda la cosa pública, ayunos de la naturaleza virtuosa de la política como arte y como ciencia. Allí, mezclados con delincuentes de todo orden: Toda esa ralea, esa casta de siniestros e incorregibles autócratas y arbitrarios capataces que nos gobiernan, que lejos de estar en prisión, dirigen los destinos de pueblos enteros. Vivir así, en ese caliginoso fango, no es el panorama ideal para delinear un mapa de aquello que pretendo hacer y concretar en este efímero día. Porque sólo puedo hacer una cosa a la vez, que equivale a una cosa al día, pero bien planeada y bien lograda. Sólo así funciono y sólo así es posible lograr lo que pretendo.

Esto me recuerda aquellos años de escolar cumplido y disciplinado en los que era incapaz de echarme “el pato”, irme de pinta, pues. Salvo que, merced a una convincente invitación de un compañero de banca, que me susurró al oído: Vámonos a Chapultepec Jorge, al fin y al cabo el maestro Palemón anda borracho y ni pasa lista. Eso fue cuando cursaba el tercer grado de primaria.Y nos fuimos a Chapultepec y no pasó nada. Esta breve historia se repitió en un par de ocasiones más, y sí paso algo, y no con el profesor Palemón que así se apellidaba.

Un par de mozalbetes como Pedro y yo, no éramos capaces de imaginar y mucho menos predecir que la directora del plantel, sabiendo que el maestro Palemón se tomaba sus traguitos y duraba tres o cuatro días en un festejo muy suyo, personalmente retomaba, en parte, la responsabilidad del grupo para indicar algunas tareas a realizar en el salón de clases sin tener que despachar a toda la muchachada a sus hogares, evitando de paso que los padres de familia se diesen cuenta de la nada ilustrativa conducta del profesorcillo de marras.

Fue así que la señora directora del plantel escolar, “General Miguel Serrano” ubicada en las calles de República de Cuba, a unos metros de la Plaza de Santo Domingo, justo en el corazón de la ciudad de México, -esto sucedió en los años cincuenta, yo vivía en la Calla de Mariana R. del Toro de Lazarín 17-24 en el Barrio bravo de la “La Lagunilla”- resulta pues, que la directora, ignoro porque vía y medios, notificó de mis faltas de asistencia a mi familia, de tal suerte que a mi regresó a casa de lo que sería mi última visita a Chapultepec en horas de escuela, ya estaba mi papá esperando mi inminente arribo al hogar.

Recuerdo como si fuese el día de hoy, puesto que el desenlace es de suyo inolvidable, que me dijo: ven que nos vamos a comer un pollito, y mi calenturienta imaginación creó una imagen de un pollo rostizado que me comencé a saborear. Cuál sería mi infortunio ante la increpación de mi padre pero sobre todo cuando me espetó, ¿a dónde te fuiste los días equis y ye? Cuando escuché aquello se me cayó encima el cielo con todas sus estrellas, y supongo que mi rostro empalideció de tal manera que se podrían haber visto todos las venitas y vasos sanguíneos de mi rostro e incluso mi dentadura y qué sé yo. El caso es que mis furtivas escapadas a Chapultepec, se vieron empañadas por la menuda tunda que me dio mi padre por primera vez en mi vida. En total fueron tres. Entre paréntesis, aquella infeliz tarde me azotó con el cinturón de la funda de su pistola, cuyos relieves dejaron sus marcas en mi cuerpo por varios días. Salvajada por la que tuvo que verme un médico. Así concluyeron mis días de “pinta” en los que nunca más incurrí.

¿Por qué esta narración? Simple y sencillamente vino a mi memoria en virtud de un artículo del diario español El País, titulado: ¿Cuál es la mayor estafa del mundo? La educación. Y agrega que no se trata de que los niños no puedan ir a la escuela: es que allí no aprenden. Y lo firma Moisés Naím(*) fechado el 18 de febrero del año en curso. Este artículo me lo envío mi amigo Javier de la Torre quien reside en Ginebra Suiza, persona que siempre está pendiente de los acontecimientos y noticias relevantes de México y el mundo, merced a su profesión de politólogo e investigador.

Mientras gozaba de la lectura de tan bien documentado artículo amén de bien escrito, en el que Moisés Naím nos narra que, …en el mundo cada día 1,500 millones de niños y jóvenes acuden a edificios que se llaman escuelas o colegios y que allí pasan largas horas en salones donde algunos adultos tratan de enseñarles a leer, a escribir, matemáticas, ciencias y más… Y más adelante señala: …que esto cuesta el 5% de todo lo que produce la economía mundial en un año. Y agrega Moisés Naím, que, gran parte de este dinero se pierde, y que un costo aún mayor es el tiempo que desperdician esos 1,500 millones de educandos que aprenden poco o nada que les vaya a ser útil para moverse eficazmente en el mundo de hoy… Decía pues, que mientras disfrutaba de esta interesante y analítica reflexión, fue que recordé aquél doloroso suceso de mi época de escolapio, en virtud de que mi aprendizaje durante esos años fue realmente nulo.

A esa escuela pública asistí a instruirme a partir del primer grado y hasta el tercero, éste último lo reprobé, porque no fue el maestro Palemón quien aplicó el examen final, sino un disque supervisor de la SEP. Los dos primeros años, aunque con un bajo promedio, logré brincar la tablita de la acreditación. Pero también, y como producto de leer este estupendo artículo, es que mi mente trajo al presente el momento de nuestro regreso al terruño luego de haber vivido en la Capital de la República durante ocho o casi nueve años, pues llegué a ella a escasos seis meses de haber nacido.

Ya instalados en el pueblo, y gracias a que también ahí regía el mismo calendario escolar, mi madre me matriculó en el único colegio de mi natal Silao. Un plantel escolar de monjas y por fortuna mixto. Pero antes de ello fue necesario recibir apoyo didáctico con un maestro particular de apellido Gil; merced a ello me fue posible ingresar al cuarto grado de primaria, pues ese maestro cuyo método era harto convincente, y que no era otro que el de “la letra con sangre entra”, gracias al cual aprendí de todo y muy bien, pues ese mentor siempre esgrimía en su diestra una vara de membrillo de buen grosor y mejor alcance que estaba bien curtida en aceite de linaza. Argumento más que convincente para ponerle el empeño que requería mi regularización escolar. En el colegio de monjas no cantaban tan mal las sevillanas, pues la enseñanza no era lo óptima que presumían. No obstante salí con un buen promedio, 8.5. Todo esto viene a colación en virtud de lo que Moisés Naím narra en su escrito, pues realmente en las escuelas de mi época se aprendía poco y de lo poco aprendido era más poco lo substancioso. Eso lo aprendí al paso del tiempo y de manera autodidacta.

Ahora en este presente que tanto nos angustia, por toda esa pestilente inmundicia que nos han venido recetando nuestros sabios, pulcros y bien formados gobernantes, inoculando y envileciendo así a todo el cuerpo social, que al contaminarlo con su descomunal e insaciable apetito de enriquecimiento a través de la corrupción, nos atrapan en esa, su vorágine en la que la arrastran sin piedad a la educación, instrucción es un término más adecuado, pues educación es sólo un mal aplicado sinónimo, no podía ser la excepción, y que es la razón por la cual las condiciones actuales en que se encuentra, no son únicamente obsoletas, sino reprobables y vergonzosas, e incluso riesgosas para la salud intelectual de nuestros niños y jóvenes. Esta es nuestra inmunda realidad. ¡Sí! Nuestra vida actual es un receptáculo de la podredumbre que nos ha llegado hasta el cuello, dejando un leve y diminuto espacio, que nos salva de ahogar nuestra frágil realidad.

Por ello es que me pregunto: ¿Si la tan llevada y traída reforma educativa realmente está diseñada con los contenidos que se requieren en este presente tan complejo y abrumadoramente desposeído? No requerimos de una virtualidad, en razón de que el contexto en el que esos millones de niños y jóvenes mexicanos viven actualmente, requieren de una positiva guía que les vaya indicando paso a paso el camino hacia el verdadero y tan eficiente como eficaz conocimiento, para que sean capaces de abrirse un más halagüeño y próspero camino en este mundo que alguien, no sé por qué razón, denominó postmoderno. Eso siempre será algo que no sabré. Pero el ruido causado, y tanto cacareo de parte del gobierno, así como el alboroto y rechazo en un amplio sector del magisterio, me hacen dudar de que la susodicha reforma sea lo que dicen que es.

Nunca en mi vida he sabido que alguno de los numerosos funcionarios que han pasado por la Secretaría de Educación Pública, hayan realizado un estudio previo de las necesidades de la población en relación con lo que ésta requiere como aprendizaje para caminar airosa por la vida. Es decir, con las herramientas justas que reclama el momento en que están viviendo. Sé que la UNAM lo ha hecho. Aunque hubo, según recuerdo, un par de aportaciones positivas sobre la educación, una la de José Vasconcelos y la otra, la de don Jesús Reyes Heroles. Otto Granados llegó tarde a la SEP, y con una reforma ya aprobada, de suerte tal, que lo que le corresponde es seguir insistiendo para afianzar más que su implantación, su aceptación por parte del magisterio. Sin lugar a dudas, de haber llegado en el momento correcto, la cacareada reforma y sus contenidos hubiesen sido no mayormente, sino altamente sustanciosos, pues el actual Secretario, tiene más que vocación de político, la de formador y educador o ambas para ser justo.

Los índices de desigualdad en nuestro país son un foco rojo para cualesquier gobernante o funcionario público cuya responsabilidad es aportar las condiciones idóneas para reducir ese alarmante espacio que separa a los millones de pobres de ese puñado de ricos. La pobreza en México viene, sin lugar a dudas, de la ignorancia, y ésta, a su vez, de la falta de oportunidades que por siglos ha tenido es masa amorfa sin oportunidades ni destino, salvo la de ser la fuente nutricia de la violencia y el crimen en la mayor proporción social jamás vista; y aun así, invisible para quienes deben tomar las decisiones. Para quienes tienen la obligación de atender a ese infame sector de mexicanos que son la mayoría abrumadora de este país. No existen cifras de un ejemplo cotidiano y por ello palpable en todo el territorio nacional, de los niños y jóvenes de la calle, que algún día llegarán a ser mujeres y hombres también de la calle. Seres humanos que al carecer de documentos de identidad no forman parte de la sociedad y en consecuencia, están fuera del alcance de esos paliativos que son los programas sociales de los gobiernos federal y locales. Son, eso sí, una amplia franja de seres humanos además de invisibles, indignos de ser tomados en cuenta, amén de ser el blanco de todo el desprecio social y político posible. Y ojo, el tigre está despertando.

Y ya como colofón, también recuerdo la pésima enseñanza que recibieron mis hijos durante sus años de formación escolar. Y de pasadita, me atrevo a afirmar que el nivel universitario tampoco escapa a este fenómeno del mal diseño y los paupérrimos contenidos del sistema educativo nacional, y como afirma Moisés Naím, en el mundo. Pero a fuer de ser honesto, en México no todas las escuelas se pueden englobar en este ejercicio de reflexión, pues se salvan algunos centros de instrucción tanto oficiales como particulares, que son la excepción que confirma la regla.

Moisés Naím (TrípoliLibia5 de julio de 1952) es un escritor y columnista venezolano de origen judío. Es miembro del Carnegie Endowment for International Peace, un think tank en Washington con el cual ha estado vinculado profesionalmente desde 1993. Durante 14 años estuvo al frente de la revista Foreign Policy y desde 2011 dirige Efecto Naím, un programa semanal de televisión sobre asuntos internacionales que se transmite en decenas de países por la cadena de televisión colombiana NTN24. En 2011 recibió el Premio Ortega y Gasset, el galardón más importante del periodismo español