Del Toro, González Iñarritú y Cuarón hablan del actor Daniel Giménez Cacho

NYT

A los 24 años, cuando ya llevaba dos años de la licenciatura en Física, Daniel Giménez Cacho recibió una invitación informal para asistir a una clase de canto. Para consternación de su padre, que era ingeniero, aquella oferta inesperada desbarató el plan de una carrera científica y encendió en él un fervor por la actuación que duraría toda la vida.

“Fue un descubrimiento físico, un renacimiento para mi cuerpo”, dijo Giménez Cacho durante una entrevista reciente en un restaurante mexicano de la histórica calle Olvera de Los Ángeles.

Giménez Cacho, el aclamado actor que nació en Madrid pero se crio en el corazón de Ciudad de México, y quien ahora tiene 61 años, ha desarrollado un currículo ecléctico que muestra tanto su seriedad como sus dotes cómicas a lo largo de casi cuatro décadas.

Desde el viernes lo podemos ver en Netflix como el alter ego del director Alejandro González Iñárritu, Silverio Gama, en Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, una fantasía onírica de reflexiones personales y políticas.

Después de iniciarse en el teatro, Giménez Cacho se dio a conocer más ampliamente a través de la televisión en 1989 con Teresa, la popular telenovela que protagonizó junto a una joven Salma Hayek en el personaje protagónico.

En aquella época, en México solo se producían unas pocas películas al año pero, poco a poco, una joven cohorte de cineastas comenzó a impresionar con historias audaces tanto en la pantalla chica como en la grande. El actor estuvo presente en los mismos círculos artísticos y desarrolló su carrera en paralelo a la de quienes estaban detrás de la cámara.

Ser el único actor que ha colaborado con los directores mexicanos reconocidos con el Oscar y conocidos colectivamente como los Tres Amigos: primero Alfonso Cuarón, luego Guillermo del Toro y ahora Iñárritu, es evidencia del papel fundamental que Giménez Cacho tuvo a la hora de sentar las bases para el surgimiento del nuevo cine mexicano. Iñárritu comentó, riendo a carcajadas: “Hay que levantarle una estatua por ser el único sobreviviente de los Tres Amigos”.

Les pedí a Cuarón, Del Toro y González Iñárritu que recordaran cuándo conocieron al actor y cómo fue la experiencia de trabajar con él.

El actor y el director se conocieron en el rodaje de Camino largo a Tijuana (1988), de Luis Estrada, donde Cuarón fue productor y ayudante de cámara.

Cuarón señaló que se arrepintió de no considerarlo de inmediato para protagonizar su ópera prima, la comedia Sólo con tu pareja de 1991, a pesar de que lo impresionó el lenguaje corporal preciso y dancístico del actor.

“Tenía miedo de no haber visto todas las opciones, cuando en realidad fue muy tonto eso porque la mejor opción estaba enfrente de mi”, dijo Cuarón por teléfono.

Giménez Cacho acabó protagonizando la película y Cuarón se siente afortunado. Al recordar que un invitado a una cena comparó al actor con Marcello Mastroianni por su capacidad para infundir levedad a dramas más bien emotivos, el director explicó que su ópera prima “dependía del interprete. Él tenía que llevar la película con una gracia y una ligereza”. Cuarón añadió que “Daniel se convirtió no solo en colaborador, sino en cocreador de lo que terminó siendo la película”.

Giménez Cacho recuerda que estaba indeciso, pues era su primer papel protagónico en una película.

“Yo tuve siempre muchas dudas” respecto al papel de un mujeriego cuyas travesuras le pasan factura, dijo Giménez Cacho. “Todavía las tengo, pero ya tengo 61. Siempre tuve mucha inseguridad, entonces fue muy lindo descubrir mi vena cómica”.

Después de Sólo con tu pareja, Cuarón animó a Giménez Cacho para que probara suerte en Hollywood y lo ayudó a concertar reuniones con agentes.

“Vine y dije: ‘Esto no es para mí’. Me dijeron: ‘Do you want to be rich and famous?’. Y yo les dije: ‘Quiero hacer películas chingonas de las que pueda estar orgulloso’”, recuerda el actor. “La gente William Morris Endeavor creo que me entendieron por ahí y dijeron: ‘Está bien, vete a México y ahí te vamos mandando cosas’. Nunca pasó y yo no lo busqué después”.

Una década después, para su conmovedora película Y tu mamá también, Cuarón quería un narrador masculino que evocara a los de Masculino femenino y Banda aparte, de Jean-Luc Godard.

Mientras buscaba una voz objetiva que añadiera un contexto irónico, pensó en alguien con acento español y le pidió al director Fernando Trueba que lo intentara.

Al final, Cuarón recurrió a Giménez Cacho (a pesar de que pensó que el tono del actor podría ser demasiado cálido para esa tarea) y se sorprendió por la concordancia orgánica entre la voz y las imágenes. El actor grabó el texto antes de ver el material visual.

“Daniel no se me había ocurrido porque estaba buscando voces, no estaba pensando en actores, y otra vez, esa fue una tontería”, admitió Cuarón. “Él supo perfectamente que tenía que tener un cierto distanciamiento Brechtiano, pero a la vez no permitió que se arribara a la sequedad”.

El actor comentó con una sonrisa de satisfacción: “Nunca he sido su primera opción. Pero como luego no le gusta nadie, no le queda de otra que decir: ‘Bueno, ya que lo haga este cabrón’”.

Mucho antes de convertirse en director, Del Toro fue maquillador de efectos especiales y conoció a Giménez Cacho en 1990, mientras le aplicaba lodo falso y una barba artificial durante el rodaje de Cabeza de Vaca, la obra de época de Nicolás Echevarría que está ambientada en territorio agreste.

Con una curiosidad incisiva, Giménez Cacho le hizo preguntas detalladas a Del Toro sobre el proceso de transformación. El futuro cineasta se dio cuenta de que el actor tenía un compromiso obsesivo con cada aspecto de su trabajo, algo con lo que podía identificarse. De inmediato, se hicieron amigos.

Del Toro lo apodó el Niño Sapo, al reconocer en Giménez Cacho una alteridad afín. “Decíamos que éramos un par de freaks”, recordó el cineasta a través de una videollamada. Poco después, Del Toro fabricó una réplica del brazo del actor para una escena de Sólo con tu pareja, la película de Cuarón.

Según Del Toro, al principio de la carrera del actor, tanto él como Estrada, Cuarón, Carlos Marcovich y otros cineastas “estábamos de acuerdo que era el mejor actor de nuestra generación. Y lo sigo pensando”.

A partir de su relación y en el trabajo del actor con el grupo de teatro de vanguardia El Milagro, Del Toro le ofreció el ahora emblemático papel de Tito, un director funerario malhablado pero entregado a su trabajo en Cronos, su ópera prima de 1994.

“Estoy muy agradecido de que me invitó a hacer este pequeño papelito en Cronos porque, aunque es un papel pequeño, brillaba mucho, era memorable”, dijo Giménez Cacho.

Hoy, después de más de 30 años de amistad, Del Toro se maravilla de cómo la intensidad de la juventud de Giménez Cacho ha evolucionado a una humildad admirable considerando su talento.

“Hay un don que pueden tener ciertos actores, que no lo puedes cultivar, que es que la cámara los sigue, el público está atento”, dijo el director. “Y esa es una de las virtudes que Daniel tiene”.

Giménez Cacho y González Iñárritu coincidieron por primera vez en una fiesta en Los Ángeles tras el estreno de Grandes esperanzas, de Cuarón, en 1998, pero pasó un buen tiempo antes de que pudieran trabajar juntos en una película.

González Iñárritu describió su primera reunión para trabajar en Bardo como una “conexión cósmica”, pues la afinidad compartida por la meditación y una comprensión mutua de la similitud de sus viajes interiores se convirtieron en la base poco convencional de su trabajo juntos.

Aunque Iñárritu no había escrito el papel de Silverio Gama pensando en un actor en particular, sabía que Giménez Cacho daría en el clavo incluso antes de haber leído una sola página del guion.

“Me di cuenta que estaba en el mismo lugar que yo a nivel personal, filosófico, espiritual e intelectual”, dijo González Iñárritu durante una videollamada. “Más allá de sus dotes artísticos, que son muchísimos, sabía que me iba a hacer mi trabajo muy fácil porque él compartía la sensibilidad de lo que yo estaba buscando”.

Aunque González Iñárritu abordó detalles íntimos de sus propios recuerdos en Silverio, un documentalista que navega tanto por su mortalidad como por su identidad mexicana en viñetas fantasiosas, veía al personaje como una entidad ficticia, no como un reflejo exacto de sí mismo.

El director le pidió a su estrella que no reaccionara ante las situaciones, sino que solo las observara: el objetivo era crear una disonancia entre Silverio y el mundo bizarro que lo rodeaba porque la historia se cuenta desde la conciencia del personaje dentro de un sueño.

Esa búsqueda de identidad hizo eco en Giménez Cacho, quien a principios de la primera década del siglo XXI intentó hacer carrera en España, pero descubrió que no podía verse a sí mismo más que como mexicano. Para encarnar a Silverio, no imitó a Iñárritu, sino que canalizó sus propias inquietudes y preguntas.

“Lo que siempre hago en cualquier personaje es traer lo que soy, mis experiencias y mis memorias, pero aquí aún más”, señaló Giménez Cacho. “Al no haber un personaje diseñado pues lo tenía que tratar de buscar en mí”.

El actor se comunica a través de su mirada penetrante y el movimiento corporal hipersensual que se muestra en una escena ambientada en la voz aislada de David Bowie en “Let’s Dance”.

Iñárritu compara a Giménez Cacho con el actor británico Peter Sellers por la flexibilidad de su registro y lo describe como un haiku encarnado porque con una modulación mínima puede lograr la máxima emoción.

“En Bardo hace lo que pocos actores son capaces de hacer, que es desaparecer el artificio de la actuación para llegar a la esencia y la presencia de algo honesto y verdadero”, concluyó González Iñárritu. “Se necesita mucha confianza interna para eso. Es lo más alto que hay en la actuación”.