Alerta, cuando la justicia se hinca al poder y le sonríe al aplauso. 

Vigilia. Entre lo público, la razón y el juicio

Miguel Ángel Juárez Frías

juarezfrias@gmail.com

Ayer escribí que México sonreía a pesar de todo, y yo también sonreía. Hoy encuentro desilusión por tres casos que se presentaron como fotografías delirantes de lo que nos espera si nos dejamos llevar por la omisión y la desesperanza.

Lo hemos venido comentando, someter la integración del Poder Judicial a la urna no solo desdibuja la independencia judicial, sino que abre de par en par la puerta al populismo justiciero. La toga se somete a la encuesta; la sentencia se consulta con el pueblo; y en esa paradoja peligrosa, lo jurídico se convierte en espectáculo.

Atrás están quedando los análisis dogmáticos, la pulcritud académica, los contextos de precedentes, tesis y jurisprudencias. Lo que se avecina es una justicia arrodillada al poder en turno y ansiosa de likes. Una justicia que deja de mirar la ley para buscar empatía popular. No estamos ante un futuro mediato, es el presente el que ya se inclina en la toma de decisiones con criterios de agrado social o entreguismo político. Aquí las fotografías de lo evidente, de la ignominia:

Caso 1: El Senado como tribuna del agravio

El 19 de mayo, en un acto transmitido desde la sede del Senado de la República, un ciudadano pidió disculpas públicas al senador Gerardo Fernández Noroña, como parte de un acuerdo legal derivado de una agresión ocurrida en 2024 en el AICM.

¿El problema? No es el acto de pedir perdón, sino el uso del aparato de procuración de justicia para montar un espectáculo de sumisión pública en la máxima tribuna política del país. No se trata de defender la agresión sufrida por el senador —cuya trayectoria de violencia discursiva es, por decir lo menos, vasta—, sino de denunciar la utilización del aparato de justicia penal para atender un berrinche de un político, representante del más alto nivel del sistema actual.

Lo que se vio ese día no fue reparación del daño. Fue humillación en nombre del poder. La Fiscalía General de la República convertida en instrumento disciplinario, el Senado como teatro de lo punitivo. Lo que vimos no fue justicia, fue un auto de fe laico: el ciudadano, de rodillas ante el poder, como en tiempos de Torquemada, obligado a pedir perdón no por lo que hizo, sino por a quién se lo hizo (mañana nombrado santo patrono del político denostado).

Ese ciudadano sometido a la ignominia pudo ser usted, o yo. O cualquiera que incomode a quien gobierna hoy y controle las fiscalías.

Caso 2: La mordaza judicial disfrazada de cautela

El periodista Héctor de Mauleón publicó una columna sobre redes de corrupción vinculadas al poder judicial local en Tamaulipas. En respuesta, el Tribunal Electoral del estado ordenó eliminar el artículo y prohibió menciones futuras a una candidata a magistrada. La censura vino envuelta en papel de medida cautelar.

La mordaza fue inmediata, la indignación, también.

Los tribunales electorales deberían ser guardianes de derechos, no verdugos de la libre expresión. En lugar de proteger al periodista, se arrodillaron ante el sistema. El mensaje es claro: incomodar al poder tiene consecuencias. Y los órganos jurisdiccionales, lejos de resistirse, ejecutan la consigna, y así,  firman la sentencia de muerte de la libertad de prensa.

Caso 3: El juicio animalista… ¿o electoral?

En Calvillo, Aguascalientes, un hombre fue vinculado a proceso y sometido a prisión preventiva por presuntamente agredir a una perra llamada “Loba”, que habría entrado a su domicilio, atacado animales de su propiedad y, según su testimonio, amenazado la integridad de su hija menor.

La reacción judicial fue desproporcionada: prisión preventiva por un delito de maltrato animal, sin ponderar la presunción de inocencia, la inviolabilidad del domicilio, ni los elementos mínimos de una legítima defensa.

Lo más grave no fue solo la resolución, sino la publicación posterior de la jueza celebrando en redes sociales su convicción como “protectora animalista”, justo en medio del proceso de elección de jueces. La justicia se mancha cuando la toga se convierte en pancarta electoral.

Debo dejar en claro, no es un ataque a los animales ni a sus protectores, sino a la manipulación judicial de su causa. Vuelvo a afirmar: defender a los animales no debe implicar sacrificar el derecho penal en aras de una causa, por más noble que esta sea.

Tres casos, un mismo síntoma: la justicia no actúa, reacciona; no razona, complace; no se basa en derecho, sino en narrativas emocionales. El populismo se ha filtrado por la grieta más delicada de cualquier democracia: su poder judicial.

Hoy se quebrantaron libertades. ¿Y mañana qué será? ¿Las propiedades, posesiones, derechos, sin autoridades que revisen, ni garantías que prevengan o reparen? 

Y así, si dejamos pasar este proceso electivo, en el silencio de las urnas se archivarán siglos de lucha por el Estado de Derecho.

No se trata de estar a favor o en contra de causas populares. Se trata de exigir jueces y juezas que no cedan a las redes sociales, ni a la militancia, ni a los dictados del poder. Se trata de defender la justicia, aunque duela, aunque incomode, aunque no dé votos.

Por eso, retomo lo que en días previos hemos compartido con ustedes, el momento exige ciudadanos informados, comprometidos. No consiste en elegir por simpatía o por consigna. Se trata de votar por la independencia, la autonomía, la preparación, la templanza, la vocación. No hay reforma judicial que nos salve si el ciudadano no asume su papel: vigilar, preguntar, votar con juicio. Ese es el nuevo tribunal del pueblo. 

Porque de eso depende que mañana, cuando toque defender tu libertad o la mía, haya todavía algo que se parezca a justicia.

“En esta noche que se avecina con una tormenta en los cielos, si no puedes ver las estrellas, no significa que no estén allí en la inmensidad del cosmos.”

Nos leemos en la siguiente.