¿Ya se nos pasó el enojo?

Baxter/ Emeequis

México, D.F.- El pasado 26 de febrero envié mensajes a algunos grupos de Whatsapp, seguidos de una actualización de estado en Facebook. “¿Alguien va a la marcha el día de hoy?”. De las cientos de potenciales respuestas que podía tener, recibí únicamente dos, negativas. ¿A qué hora es? A las cuatro. No, no puedo. Es muy temprano, debo estar en la oficina. Otra respuesta vino desde el otro lado del mundo: una amiga en Frankfurt ya había estado en la llamada Acción Global por Ayotzinapa. El resto fue silencio. Silencio que me negué a interpretar como apatía. Hace apenas unos meses, todos —todos— salieron a las calles en una movilización ciudadana histórica. La más importante del siglo XXI en México.

Cinco meses después de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, hay una versión oficial. Algunos —quizá— la creyeron. Los desaparecieron, asesinaron, trituraron y aventaron a un río. Se acabó. Carpetazo. No hay más pruebas. Quedaron preguntas por resolver y cantidad de inconformes con la forma en la que las autoridades resolvieron el caso. Entre esos inconformes, por supuesto, los padres de los estudiantes y miles de ciudadanos. Muchos de ellos pertenecen al círculo por el que me comuniqué vía redes sociales. Sin embargo, la desilusión, el “una marcha no va a cambiar nada” se apoderó de nuevo del ímpetu ciudadano de salir a las calles a reclamar un cambio verdadero más allá de decálogos mesiánicos de gobernantes.

No hay nada que asuste más al régimen que una ciudadanía organizada, la causa en común. En la historia reciente, la manifestación civil más notoria fue cuando un terremoto destruyó a la Ciudad de México y las personas de a pie —como usted, como yo— salieron a ayudar. Carlos Monsiváis narró en sus crónicas cómo el gobierno pedía que la gente regresara a sus casas y prometía hacerse cargo. Pero la desobediencia civil reinó, y por años quedó el recuerdo de esos mexicanos heroicos que se atrevieron a cargar piedras para ayudar a desconocidos. Ese recuerdo que hoy se aplaude, poco se analiza. México se transformó después de 1985, y el motor no fueron las iniciativas de Los Pinos sino la posibilidad de vernos como agentes de cambio. Si nos organizamos, podemos.

Por eso, no es casual que la cobertura de las marchas generalmente privilegie la nota amarillista antes que los motivos que las detonan: pensar que existe una televisión crítica que analiza las causas de las movilizaciones es una utopía. Y nos dejamos llevar. La nota que vende es la de los pseudoanarquistas que pintaron el Ángel de la Independencia, la de los detenidos arbitrarios, la de los pocos que hacen desmanes y no la de los miles que pedimos/ ofrecemos un cambio. Y, como “las cosas no van a cambiar”, nos la pensamos dos veces antes de que nosotros seamos los detenidos arbitrarios. Nos desmantelaron. La última marcha de #AcciónGlobalPorAyotzinapa en el DF fue conformada, en su mayoría, por grupos organizados, frentes populares, sindicatos (quizás a cambio de una torta y un chesco). ¿En dónde quedamos los ciudadanos?

Hace unos días, Enrique Peña Nieto y su familia hicieron una visita oficial al Reino Unido. Los recibió Isabel II y una muchedumbre de personas indignadas, con pancartas y maquilladas de catrinas. Será porque ahí no hay detenciones arbitrarias en las primeras planas. En México, ante una nueva procuradora de la República, hermana del vicepresidente de noticias en Televisa, tenemos cabezas de cárteles capturados. O estamos viendo hacia el otro lado, o se nos olvidó ese ímpetu de levantar la voz y decir en público que las cosas no van bien, que no les creemos. Igual ya se nos pasó el enojo. Tal vez ya nos acostumbramos.