Tres mandamientos para los sexualmente activos

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Cd. de México.- A estas alturas del siglo XXI y de la sociedad, hablar de mandamientos es tan políticamente incorrecto como pronunciarse carnívoro, negarse a andar en bicicleta o procrear muchos hijos. Vivimos en una era en la que una gran porción de la población rechaza sistemáticamente los axiomas heredados por la cultura dominante del siglo XX. El consumo indiscriminado de recursos, el antropocentrismo y los dogmas de la moral judeocristiana son objetos de análisis y críticas, y poco a poco se ven sustituidos por doctrinas con influencia oriental: la no violencia y el respeto hacia todos los seres vivos, la idea del “equilibrio ecológico” y del ejercicio de una sexualidad —sagrada o pagana— para fines de placer y no reproductivos.

Esto no está bien ni está mal. Simplemente es un reflejo de las macrotendencias y las prácticas sociales, y del continuo vaivén en el que las morales se han aflojado y constreñido de forma cíclica a lo largo de las últimas décadas. Del puritanismo victoriano, se pasó a la liberación de los roaring twenties —la alocada década de los veinte—, de ahí otra vez al estreñimiento moral de la XX Guerra y los años 50, y de nuevo las morales distraídas y desenfadas que trajo consigo la cultura hippie. Y luego, la gran contracción que trajo la sobrepoblación y la pandemia del síndrome de inmunodeficiencia adquirida.

Porque no es lo mismo el que Moisés —guiado por Dios, si usted es creyente— imponga prohibiciones para evitar que los miembros de un pueblo que peregrina en el desierto no terminen muriendo de hambre o matándose unos a otros,

Cada una de las tendencias sociales establece sus mandamientos para procurar lo que cada una concibe como el bienestar del individuo y del grupo social. No matar, no fornicar y no desear a la mujer de tu prójimo —y mucho menos a tu prójimo—, y no fumar, no usar CFC o no comer cadáveres de otras especies, son reglas de convivencia específicas para el grupo social al que se dirigen. Porque no es lo mismo el que Moisés —guiado por Dios, si usted es creyente— imponga prohibiciones para evitar que los miembros de un pueblo que peregrina en el desierto no terminen muriendo de hambre o matándose unos a otros, que el que un profeta posmoderno promueva abstenernos de tener “todos los hijos que Dios nos mande”, esgrimiendo las cataclísmicas profecías malthusianas, o de usar nuestros autos con motores de combustión interna para no lanzar a la atmósfera partículas contaminantes que, si se juntan en número suficiente, pueden terminar con la vida y con las civilizaciones humanas como las conocemos. Se trata de supervivencia de la especie, punto.

Luego, los mandamientos no son prohibiciones “porque sí”. En general, se trata de disposiciones que buscan el bienestar común de un grupo de individuos; es decir, de animales humanos con intereses egoístas e impulsos irracionales que, de no ser contenidos por una programación cultural, serían totalmente incapaces de organizarse en pueblos, ciudades, reinos e imperios, sin acabar disputando a muerte derechos sobre la propiedad, sobre los excedentes de los bienes y sobre las hembras fértiles del grupo —o sobre los machos, ¡cómo no!—.

Por ello el no matar es un mandamiento constante en casi en cualquier esbozo de código, ley o disposición civil o religiosa de todos los grupos humanos del mundo y de la historia.

Entonces, en tiempos del cientificismo —en los que Dios, para muchos, si acaso es un hábil matemático o ingeniero genético—, del hedonismo —somos la primera generación humana que tenemos acceso al placer del coito sin la obligación de la procreación—, de la apertura y la promiscuidad sexual tolerada socialmente, del desuso de los modelos tradicionales de relación y del “felices para siempre”, del sida y del establecimiento de relaciones por medios electrónicos e informáticos, nunca está de más revisar las delgadas líneas que uno traza, casi sin querer, entre lo que se debe hacer y lo que no, de acuerdo a los intereses personales y de grupo de quienes vivimos en esta era del silicio —aunque en la práctica terminemos haciendo justo lo contrario de lo que decimos.

Así las cosas, a sabiendas de que a los posmodernos no les gusta que se les hable de moral sexual y de que son los tiempos del sexting, del freeocasional, de los transexuales post-op y el poliamor, (dar clic aquí para leer más sobre ellos), dejo en la mesa tres mandamientos para la población sexualmente activa del año 2015 que consideran reglas mínimas de sana convivencia entre aquéllos que ocasionalmente compartimos fluidos con otros especímenes humanos y que —dado que los Homo sapiens tenemos relaciones sexuales de frente a nuestras parejas— establecemos vínculos emocionales con ellos.

 

I. No mentirás (ni a los demás ni a ti mismo)

 

Aunque si bien dije en una entrada interior que la mentira es una de las competencias necesarias que el humano ha adquirido para poder convivir socialmente (dar clic aquí si desea leer el artículo), hay varias razones concretas para no mentir en lo que respeta a las parejas sexuales, sean ocasionales o fijas. La principal es la congruencia y la tranquilidad que ésta trae: la manera más lógica e inteligente de obrar es la de decidir de mutuo acuerdo y con cada compañero el nivel de compromiso de cada relación —por ejemplo, si se espera fidelidad mutua o no, y cómo se entiende ésta, o si se piensa en hijos y matrimonio—, y ceñirse a ese acuerdo, por muy abierto y etéreo o rígido y estrecho que sea.

Ser casado y no decirlo para poder depredar sexualmente a una jovencita que cree que está relacionándose con un hombre soltero, por ejemplo, puede ser un placer o un gusto enormes, pero casi siempre acarrea culpa e intranquilidad por la cantidad de mentiras de las que hay que echar mano para cubrir otras; además, a menudo se trata de un signo de que la relación “legítima” —por así llamarle— pasa por un mal momento, y quizá valga la pena revisar la validez de los compromisos adquiridos con ésta.

Además, este principio también opera en función de uno mismo: mentirse a uno mismo repitiéndose que sí se está enamorado cuando lo único que se quiere es llevar a alguien a la cama, o viceversa, que es sólo piel y sexo cuando en realidad hay sentimientos involucrados, o que no pasa nada y que así son los tiempos y que nadie saldrá lastimado, es la mejor manera de causar y sufrir heridas, problemas, desórdenes y vacíos terribles. Y no tiene nada que ver con Dios, con la Verdad, el Pecado y el Infierno: es simple lógica y preservación del sueño… y del colon irritable de quien pueda leer esto y de la gente a su alrededor.

 

II. No lastimarás (ni a los demás ni a ti mismo)

 

Quizá parezca que es lo mismo que el anterior, pero no. Porque aquí se habla también de alguien que tiene algún tipo de ventaja, o bien, que abusa de la buena fe de quien decide relacionarse con él para obrar de modo tal que las expectativas, la sensibilidad y las necesidades afectivas del otro se conviertan en algo que duele. Y a veces, muy profundamente. Porque, sí, la infidelidad y el engaño duelen, pero no son lo único que duele. También duele cuando la parte A está enamorada y la parte B sólo quiere una relación física, así lo expresa y plantea de manera clara y honesta, y la parte A accede a ello por simple deseo de poseer al menos una parte del objeto amado. Si la parte B no tiene idea de estos sentimientos, mal por A; pero si B tiene conciencia del dolor que A siente cada vez que aparece C, D o K en el ámbito íntimo, estará lastimando a A. Y lastimar a los demás conscientemente con tal de satisfacer necesidades egoístas es una manera de atentar contra el bienestar del grupo. Especialmente si el grupo es la misma oficina o el mismo grupo de amigos…

Y como estos mandamientos son, todos, de dos vías, tampoco debería caer uno en la tentación de incurrir en relaciones en las que uno es abusado, menospreciado, ignorado o, simplemente, donde uno no obtiene las retribuciones emocionales que necesita —siempre que éstas no sean fijaciones neuróticas, ánimos posesivos o cualquier otra cosa más digna del diván o del farmacéutico que de este humilde espacio.

 

III. No pondrás en riesgo (ni a los demás ni a ti mismo)

 

Cada vez que copulamos, nos relacionamos con el organismo del otro ser humano, con sus fluidos, con su información genética, con sus bacterias e incluso con sus enfermedades, que pueden ser desde una simple infección bacterial en la garganta hasta el ominoso virus de la inmunodeficiencia humana. O el Ébola, pero eso es menos probable. Y también está el riesgo del embarazo que, en una sociedad utilitaria y compleja como la nuestra, puede ser una verdadera calamidad si no es deseado y planeado.

Entonces, si las reglas de convivencia social están destinadas a la preservación de cada uno de los individuos de un grupo, al bienestar y al bien común de una sociedad, quedan claras las ventajas de ponerse una funda de látex para reducir los riesgos de contagio de cualquier cosa que ande circulando por el apetecible cuerpo del otro, y para tomarle el pelo a ese mecanismo de la Naturaleza que pone la más grande recompensa al cerebro detrás del acto indispensable para la reproducción y supervivencia de la especie. Y aquí queda claro que ponerse en riesgo uno, o poner en riesgo a los demás, es una actitud que atenta contra el grupo. (Si quiere saber qué implica el no usar condón, dé clic aquí). Y ya, porque no es manda.

Pero quizá valga la pena tener estas ideas simples en mente antes de confirmar esa cita que sabemos dónde terminará, o de dar ese Sí que tantas vueltas de cabeza nos ha tomado. 

Que todo lo anterior sea sencillo o divertido,  nadie lo dijo y nadie lo cree. Que vaya a realizarse a rajatabla, y sólo porque yo lo digo, mucho menos. Pero quizá valga la pena tener estas ideas simples en mente antes de confirmar esa cita que sabemos dónde terminará, o de dar ese Sí que tantas vueltas de cabeza nos ha tomado. No mentir, no lastimar, no poner en riesgo. Ni a los demás ni a uno mismo. Y entonces sí, disfrutar como es preciso del acto animal más placentero que nos ha dado la Naturaleza, a pesar de todos las condenas religiosas, sociales y familiares que se ciernen alrededor de esta práctica elemental.

Pero como siempre digo, eso ya es otro cantar…@fcomasse