Spotify cruza la línea y los músicos responden

Redacción

Daniel Ek, CEO de Spotify, acaba de invertir 600 millones de euros en una empresa que desarrolla armamento autónomo, Helsing AI, especializada en drones de combate guiados por inteligencia artificial. Lo hizo con tal entusiasmo que asumió la presidencia del consejo de administración de la compañía militar. Mientras tanto, los músicos que dan vida a su plataforma reciben fracciones de céntimo por cada reproducción.

La paradoja no pasó desapercibida. Artistas como Rubén Albarrán, del grupo Café Tacvba, ya tomaron una postura firme: “El boicot es una herramienta poderosa”. Le siguieron bandas como Deerhoof, la cantante Leah Senior y el sello Kalahari Oyster Cult, quienes retiraron sus catálogos de Spotify en protesta por la implicación de Ek en la industria bélica.

El caso estalló como una bomba en la comunidad musical. No solo por la magnitud de la inversión, sino por lo que representa: una empresa que se presenta como aliada de los creadores mientras maximiza beneficios a su costa. Ek justifica su apuesta armamentista diciendo que “es lo correcto para Europa”, pero los críticos cuestionan si los oyentes están dispuestos a financiar armas mientras los artistas apenas pueden subsistir.

Los datos son claros. Un músico necesita más de 410 mil reproducciones al mes en Spotify para alcanzar el salario mínimo en Europa, mientras que plataformas como Qobuz, Napster o Tidal exigen apenas una fracción de esa cifra. “Spotify nos necesita más de lo que nosotros necesitamos a Spotify”, advierten los artistas.

El escándalo revive una pregunta urgente: ¿qué modelo de industria musical estamos apoyando con nuestras suscripciones? Spotify no solo paga mal. Prioriza música genérica creada por “artistas fantasma”, que ceden sus derechos por una tarifa única, ahorrando millones en regalías. Y ahora, también financia armas.

Alternativas hay: Bandcamp, Qobuz, Tidal, Napster, incluso cooperativas como Resonate y Justifay ofrecen esquemas más justos, éticos y transparentes. Plataformas que priorizan la música real, el pago digno y la relación directa con los oyentes.

El mensaje es claro: no se trata solo de música. Se trata de coherencia. Cada reproducción en Spotify es un voto. Y muchos artistas ya decidieron dejar de ser cómplices.