¿Qué pasa en Afganistán?

Elda Cantú/NYT

No hay forma de suavizar el inicio de este boletín: el mundo escupe malas noticias por donde se lo vea.

Haití, ya sumido en una crisis política tras el asesinato de su presidente, ahora está lidiando con las consecuencias de un sismo que ha dejado cientos de fallecidos.

Afganistán vuelve a estar en manos de los talibanes. El domingo, con la abrupta caída de Kabul, la capital, y la partida del presidente afgano al extranjero se consolidó la toma de control del país por parte de los combatientes luego de que el presidente Joe Biden ordenó retirar las tropas estadounidenses.

Las imágenes de la frenética evacuación del personal diplomático y de seguridad de Estados Unidos y otros países que intentaron apoyar la construcción de una democracia y un ejército en los últimos 20 años son un presagio sombrío para el futuro del país.

Si bien a lo largo de estas dos décadas la misión estadounidense fue mutando y pasó de ser una cacería de terroristas a raíz del 11 de septiembre para convertirse en una misión de fortalecimiento institucional, la rapidez con que los combatientes talibanes capturaron las principales ciudades del país a lo largo de la última semana evidencia un obstinado esfuerzo para recuperar el control e instalar un gobierno extremista islámico.

El presidente Biden recién había prometido que en Kabul no se repetirían escenas como las de la salida de Saigón en 1975, cuando los helicópteros rescataron al personal de una azotea cercana a la embajada de Estados Unidos en un humillante final a la guerra de Vietnam.

“Incluso muchos de los aliados de Biden que creían que había tomado la decisión correcta de al fin salir de una guerra que Estados Unidos no podía ganar y que ya no beneficiaba su interés nacional reconocen que cometió varios errores importantes al ejecutar la salida”, escribe David E. Sanger, corresponsal en la Casa Blanca, en un análisis sobre las consecuencias políticas que tendrá el episodio para la gestión de Biden.

Más apremiantes aún son las consecuencias en el terreno: con la llegada al poder de los talibanes, millones de mujeres se preguntan cuál será su futuro y los afganos que apoyaron los esfuerzos estadounidenses en los últimos veinte años piden ayuda para abandonar el país.

Es difícil mirar las imágenes de los afganos desesperados aferrándose a un avión que despega y la premura por borrar las publicidades donde aparecen mujeres sin velo en las calles de Kabul.

Con la pandemia en tiempo extra, pareciera que ya no tenemos capacidad para procesar el horror ajeno. Pero salir de la burbuja que nos hemos creado —por interés, empatía o genuino afán de ayudar— podría devolvernos un poco a la normalidad de ser parte de una comunidad mayor que la del aislamiento y la sana distancia.