Vigilia. Entre lo público, la razón y el juicio
Miguel Ángel Juárez Frías
Mientras muchos en el mundo se sorprenden de que México haya ingresado al Top 10 del World Happiness Report 2025, puesto número 10, por encima de potencias económicas como Alemania o Estados Unidos, nosotros simplemente debemos sonreír. No porque ignoremos nuestras carencias estructurales o neguemos la persistencia de la desigualdad. Sonreímos porque sabemos algo que muchos sistemas desarrollados han olvidado: que la felicidad no se reduce al tener, sino que se edifica en el ser, en el estar, en el compartir y en el trascender, algo de esto que todavía asoma en mucho en la piel del mexicano.
Los indicadores económicos miden la posesión, pero no la pertenencia. Pueden capturar el ingreso (Como los diez mil dólares anuales que en promedio representa nuestro PIB per cápita, menos de la mitad del promedio de la OCDE.), pero no la sonrisa. Detectan la desigualdad, pero no la solidaridad en actividades de ayuda comunitaria. No pueden ver lo esencial, el alma no se mide con estadísticas.
Vaya que en México no podemos negar sus contradicciones y desafíos: la violencia y los desaparecidos; entre vacunas de agua y megafarmacias del bienestar sin bienestar; el crecimiento de víctimas del crimen organizado, cuyas cifras se ocultan entre la complicidad y el silencio.
A pesar de todo ello, México da una lección poderosa: no se trata de maquillar la pobreza, sino de reivindicar la riqueza que aún habita en nuestras relaciones, en nuestras casas llenas de vida, en nuestros vínculos comunitarios, en la ternura familiar y en el sentido de estar juntos.
En México, una parte significativa de la vida sucede en red de afectos, hogares donde no solo habitan padres e hijos, sino también abuelos, tíos o primos. De acuerdo con la ENIGH, cerca del 27.9% de los hogares son ampliados o multigeneracionales, y aunque el promedio nacional es de 3.44 integrantes por hogar, en muchas regiones, especialmente rurales o con fuerte arraigo comunitario, esa cifra asciende fácilmente a 4 o 5 personas. En contraste, países como Suecia reportan un promedio de apenas 1.8 integrantes por hogar, donde el modelo de vida tiende más al individuo que al colectivo.
Esos datos no son menores: hablan de un país que aún cree en el lazo, en la tribu, en el cobijo. Donde la mesa se pone para varios, y el silencio se rompe con la risa de generaciones que conviven bajo un mismo techo.
Los mexicanos no somos felices a pesar de nuestras condiciones materiales; en muchos casos, lo somos porque hemos aprendido a resistir desde lo humano, lo espiritual y lo afectivo. Nuestra felicidad no es una anestesia, es una decisión; no es evasión, es afirmación de vida.
Quien pretende entender a México desde fuera, muchas veces olvida mirar lo esencial. Aquí, la vida sucede en torno a la mesa, en la calle, en la música, en los abrazos. Nuestra identidad se construye no sobre la lógica del “yo tengo”, sino sobre la del “nosotros somos”, la esperada llamada del amigo o la amiga, del familiar, del compañero (¿se va’cer o no se va’cer la carnita asada?).
Es por eso que este informe mundial nos lo confirma: la variable más fuerte de la felicidad en México no es la renta, ni el empleo, ni el acceso a crédito. Es el apoyo social, la confianza en que alguien tenderá la mano. Comunidades rarámuri, registran niveles de bienestar superiores al promedio nacional. Ser mexicano aún significa que puedes entrar a la casa de un vecino sin previo aviso, que puedes confiar en que alguien te va a esperar al final del día.
La Organización Mundial de la Salud ha documentado que México tiene tasas de depresión un 30% menores que Estados Unidos, aun con condiciones económicas inferiores. Esa resistencia anímica no es romanticismo, es una forma de sabiduría.
Que nadie malentienda esta reflexión, la pobreza duele, y debe ser erradicada con urgencia. Pero no por eso vamos a renunciar a reconocer que la vida también es posible y valiosa en medio de ella. Que la dignidad no espera a la cuenta bancaria. Que el espíritu no cotiza en bolsa. Que las más de 8 horas promedio mínimo semanales que los mexicanos dedicamos a convivir, según la ENUT 2023, no son pérdida de tiempo, sino inversión en sentido de vida, sin considerar las horas de socialización en la vida diaria del mexicano.
No somos un pueblo que se conforme, somos un pueblo que resiste sin rendirse. Que canta mientras lucha, que se abraza mientras construye, que sonríe, incluso mientras llora, no por masoquismo, sino por sabiduría.
El lugar que México ocupa en el World Happiness Report no es un premio, es un mensaje. Un recordatorio al mundo moderno que, en su obsesión por medir, ha dejado de sentir; que, en su carrera por acumular, ha dejado de compartir lo que le da sentido a la vida.
México está ahí porque todavía creemos que la vida no está completa sin sentido, sin comunidad, sin raíces; porque seguimos apostando por el alma, no solo por la cuenta bancaria; porque no hemos permitido que el dolor nos robe la alegría.
Y eso, el mundo, haría bien en recordarlo.
“Soy en el mundo por lo que soy, no por lo que tengo.” En una época donde se mide el valor por la cuenta bancaria, por el número de seguidores o por el metro cuadrado acumulado de tierras, el World Happiness Report nos lanza una bofetada amorosa: México, con todas sus heridas, sigue sonriendo, porque a pesar de todo, nuestras raíces nos siguen enseñando el arte de vivir en el ‘nosotros’.
Nos leemos en la siguiente.