Mediocridad, ineptitud e incompetencia en las responsabilidades del Estado.

Vigilia. Entre lo público, la razón y el juicio

Miguel Ángel Juárez Frías

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Normalizar la ineptitud, el camino a la corrupción sistémica

Dejemos en paz un par de días la elección judicial. Comenzaron las descalificaciones contra quienes alcanzaron el triunfo en el cómputo. Ahora se revisan perfiles, se cuestiona la legitimidad desde el trono cómodo de la abstención y la superioridad moral de la omisión. Pero bueno, eso lo dejamos para otro día, porque sin duda vale la pena seguir reflexionando sobre lo que le depara a nuestro Estado de Derecho.

Un tema más inmediato, más directo, de mayor interés para la mayoría, la verdadera mayoría, son los servicios que el Estado debe garantizar a su pueblo. Esa actividad de lo público que implica una relación inmediata con todos, no con unos sectores u otros, sino con cada individuo que conforma una sociedad. Niños, niñas, adolescentes, jóvenes, adultos, adultos mayores, a todos por igual; no distingue raza, sexo, género, religión, gusto, ni cualquiera de las tantas categorías que se han inventado para hacer más desiguales a los desiguales.

Me refiero, con claridad, a tres servicios públicos directamente vinculados con la calidad de vida de cada mexicano y mexicana: el agua, drenaje y alcantarillado; la energía eléctrica; y, la infraestructura carretera.

En Aguascalientes, la gran promesa municipal del nuevo siglo se llama MIAA (Modelo Integral de Aguas de Aguascalientes). Llegó con todo el discurso de reivindicación pública, de soberanía hídrica, de bien común. Pero a menos de un año de su operación, lo que antes era un mal servicio privatizado, hoy es un caos público sin vergüenza.

Cortes injustificados, recibos impagables, fugas que nadie repara, obras eternas sin sentido técnico y, sobre todo, un hedor inédito que hoy cubre a la ciudad como síntoma visible del fracaso administrativo

Aguascalientes jamás había olido así. Literalmente. Alcantarillas abiertas, drenajes colapsados, calles con zanjas convertidas en trampas, y una sensación constante de descomposición. No solo se colapsó el servicio: se colapsó la dignidad urbana.

Las obras de MIAA parecen más campos minados que infraestructura hidráulica. Cráteres sin señalización, tuberías expuestas por semanas, colonias completas con presión nula o agua sucia. Lo que se prometió como “modelo” terminó oliendo a improvisación, y lo que se juró sería “integral”, hoy huele (literalmente) a cloaca. A fracaso con sello oficial. A gestión sin proyecto.

Pero no nos confundamos. No hay diferencia de fondo entre lo que hace MIAA con el agua y lo que permite CFE con la luz o SICT con las carreteras. La ineptitud no tiene partido. El abandono no distingue colores. Los errores no cambian de impacto según quien gobierne.

La Comisión Federal de Electricidad acumula reportes de usuarios que esperan reconexiones, que pagan por servicios irregulares, que ven cómo sus electrodomésticos se arruinan por variaciones de voltaje sin compensación alguna. ¿La respuesta institucional? Formularios, llamadas sin respuesta y una cadena de excusas que a nadie convence.

En paralelo, la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes permite que la carretera federal 45, arteria vital del estado, se convierta en un riesgo permanente. Hundimientos, baches, y tramos donde los vehículos no circulan, sobreviven.

Este último sexenio federal y lo que va de este nuevo ya acumulan años de quejas ciudadanas que no han provocado ni cambios de personal ni planes de mantenimiento real,  solo parches, anuncios y simulación.

El discurso institucional cambia de emblema, pero el resultado es el mismo: servicios colapsados, burocracia rampante y ciudadanos agotados.

En esta condición de desánimo, de agotamiento, es donde entra la “mecánica de normalización” de la Ventana de Overton: esa herramienta de modelo explicativo que narra cómo lo impensable se vuelve aceptable, luego sensato, luego inevitable.

Aguascalientes ha recorrido esa ruta peligrosamente rápido. Antes, el colapso de servicios públicos era escándalo. Hoy, es agenda cotidiana. Mañana, será cultura cívica de resignación.

Etapa de OvertonEjemplo actual
Impensable“¿Cómo es posible que no haya agua ni luz por días?”
Radical“Esto debería ser causa de destitución o protesta masiva.”
Aceptable“A veces fallan los servicios, hay que entender.”
Sensato“Lo importante es que hacen lo que pueden con lo que tienen.”
Popular“Así es el gobierno. Todos fallan, mejor no esperes mucho.”
Inevitable“No hay de otra, es lo que hay.”

Esa es la trampa, convertir la ineptitud en paisaje. Hacer de la simulación un valor tolerable. Lograr que la ciudadanía ya no exija, sino que se excuse. Cuando eso ocurre, la corrupción ya no necesita esconderse: gobierna desde la costumbre.

Privatizado o estatizado, el fracaso apesta igual. La ciudadanía no bebe ideologías, bebe agua. No circula sobre principios doctrinarios, circula sobre pavimento. No prende la luz con discursos, sino con servicios que funcionen. Porque al final, no importa quién lo administre, si es una empresa o el Estado, lo que importa es que sea competente. Eso es justo lo que no hemos tenido. 

Nos venden el discurso de que lo público recuperado es la solución, cuando la solución siempre fue la misma: hacerlo bien. La paradoja es grotesca, se privatiza sin controles o se estatiza sin capacidad. En ambos casos, se termina pagando doble: con dinero y con dignidad.

No se trata de grilla, se trata de dignidad.
Porque gobernar no es administrar excusas.
Porque ser oposición no es callar cuando el caos lo causa tu gente. Porque francamente, ya es hora de tener aunque sea, un pinche poquito de altura de miras.

Nos leemos la siguiente.