La trampa de la descalificación: La polarización como simulacro político

Miguel Ángel Juárez Frías

Aguascalientes, Ags.- “La cancha de los olvidados. Aquellos que a gritos piden las miradas ajenas, quienes, con la denostación como arma de combate, invitan al duelo, pretendiendo que la contienda los lleve a ser visualizados.”

En la política de hoy, especialmente en escenarios locales como Aguascalientes, la descalificación sistemática se ha convertido en la principal herramienta de ciertos actores que buscan reconocimiento. 

No construyen, no proponen, no generan soluciones viables; simplemente atacan, convocan a debates que en realidad son espectáculos sin sustancia y buscan la confrontación como un mecanismo de supervivencia política. 

Su lógica es simple: ser visibles a través del ruido, aunque el eco de sus palabras no deje más que desgaste y hartazgo en la ciudadanía.

Esta estrategia no es nueva. La hemos visto en figuras que han hecho de la crítica feroz su marca personal, que han construido su trayectoria no sobre logros concretos, sino sobre la imputación constante al adversario. 

Prometieron cambios desde la negación del pasado, pero en el ejercicio del poder han demostrado que sus métodos no sólo no resuelven los problemas, sino que los profundizan.

Ahí radica la gran contradicción: quienes han llegado al poder usando la polarización como arma, terminan gobernando de manera más deficiente que aquellos a quienes descalificaban.

El problema no es solo local ni coyuntural. Es un modelo de hacer política basado en la división absoluta: los buenos contra los malos, los puros contra los corruptos, los creyentes contra los pecadores. 

Una narrativa propia del medioevo, donde no hay matices ni diálogo, solo trincheras desde las cuales se lanza una retórica incendiaria que, en el fondo, carece de propuestas reales. 

Esta estrategia puede generar réditos electorales en el corto plazo, pero inevitablemente conduce al desgaste y a la decepción, porque la realidad es mucho más compleja que un simple juego de bandos.

El fenómeno de la descalificación y la polarización en la política no surge de la nada. Hay factores estructurales que la sostienen y la amplifican, convirtiéndola en un ciclo difícil de romper:

A. El sistema electoral y la lógica de la competencia partidista están diseñados para premiar la confrontación sobre la construcción de consensos. La urgencia de obtener votos a corto plazo incentiva estrategias de polarización, pues estas generan atención rápida y movilizan bases electorales leales, incluso si a largo plazo erosionan la confianza pública.

B. El papel de los medios y las redes sociales, que favorece los mensajes simplistas, emocionales y conflictivos, porque son los que más se comparten.

Esto crea un círculo vicioso: los políticos buscan mantenerse relevantes con discursos polarizantes, y los medios amplifican estos mensajes porque generan interacción. 

A esto se suma el efecto de los algoritmos, que refuerzan burbujas informativas en las que los ciudadanos solo consumen contenido que confirma sus prejuicios, dificultando el diálogo real.

C. El contexto socioeconómico y la manipulación del descontento. En sociedades con desigualdad, desempleo o inseguridad, la frustración ciudadana se convierte en terreno fértil para discursos que buscan culpables, promueven la descalificación y explotan el malestar.

D. La falta de educación cívica y pensamiento crítico. Sin un análisis racional que fomente el valor del diálogo, los mensajes emocionales y confrontativos encuentran mayor recepción. Entonces la política se reduce a consignas y etiquetas, y se pierde la capacidad de debatir con argumentos y matices.

En Aguascalientes, como en el resto del país, existen actores políticos que han abrazado esta lógica. Fracasaron en su búsqueda de poder por la vía tradicional y ahora intentan mantenerse vigentes convocando a debates estériles, atacando cualquier propuesta que no sea la suya y recurriendo a la provocación como única carta. 

Lo hacen con total seguridad porque apuestan a la falta de memoria, al dogmatismo ciego y a la pereza intelectual de quienes creen que repetir consignas, es lo mismo que tener razón.

Pero la gente ya está cansada. La vida pública no puede reducirse a un pleito de mercado donde lo único que importa es quién grita más fuerte. La sociedad demanda soluciones, no guerras de declaraciones. 

Exige resultados, no discursos inflamados. Es hora de entender que la política no se trata de bandos, sino de ciudadanos. No se trata de cambiar un bando por otro, sino de transformar la manera en que hacemos política.

Ni la división ni la soberbia son caminos viables para construir un futuro común. El cambio real no vendrá de quienes buscan dividir, sino de quienes entienden que la política debe ser un espacio de construcción, no de demolición.

La política no es un campo de batalla, sino un espacio de encuentro. Es en ese encuentro, en el diálogo y la cooperación, donde se construyen las soluciones que todos merecemos. 

El cambio no solo depende de los líderes políticos, sino también de una ciudadanía informada, crítica y participativa, que exija más que consignas y se involucre activamente en la construcción de soluciones reales.

La ciudadanía merece más que ruido: merece líderes con visión, carácter, compromiso y sentido común