La negociación del TLC encalla ante la falta de interlocución política entre México y EE UU

El País

Washington.-  El acuerdo para la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), el mayor pacto comercial del planeta, está aún lejos de alcanzarse. Quizá más que nunca. Tras otra semana marcada por el cruce de declaraciones entre México y Estados Unidos, los equipos negociadores de los tres países volverán a sentarse este viernes a la mesa de diálogo. Lo hacen sin presencia política de alto nivel, pero con la firme intención mexicana de limar asperezas con EE UU en uno de las propuestas más polémicas de la Administración Trump.

La anterior ronda de diálogo, celebrada a mediados de octubre en Washington, despejó cualquier duda sobre la posición de EE UU, el país que ha llevado a sus socios a una negociación en la que preferirían no estar. El Gobierno estadounidense puso encima de la mesa, ante la incredulidad de los expertos en comercio internacional, tres propuestas “inaceptables” para sus socios: una cláusula de terminación del TLC a cinco años vista si los tres países no acuerdan antes lo contrario; un incremento en el contenido regional mínimo de los vehículos producidos en la región y un umbral específico de contenido estadounidense en estos vehículos.

Tras las críticas iniciales, México propone sustituir la pretensión de Donald Trump de dar por concluido el acuerdo en un lustro por un emplazamiento al diálogo cada cinco años para evaluar qué ha ido bien y qué ha ido mal: diálogo sobre los pros y los contras del acuerdo, sí, pero sin la soga al cuello. Un primer intento de entendimiento –con la venia de Canadá, con quien México ha buscado un frente común en muchos puntos de la negociación– con el díficil objetivo de convencer al magnate republicano, para quien cualquier resultado que no pase por la aceptación de sus propuestas de máximos es una derrota.

Más allá de ese intento de acercar posturas, las posiciones siguen más alejadas que nunca. Con un agravante: en una negociación que empezó por una iniciativa puramente política –de Trump– y que terminará, para bien o para mal, con otra decisión política, la interlocución entre los representantes de alto nivel, lejos de intensificarse, ha ido decayendo. Los ministros al cargo de las negociaciones han declinado asistir a las reuniones de estos días y no volverán a verse las caras hasta 2018, un año marcado por las citas electorales en México y EE UU. Al tiempo, la relación entre presidentes –Enrique Peña Nieto y Donald Trump– sigue cortocircuitada. Al margen de saludos protocolarios en cumbres internacionales, solo el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se ha sentado con sus dos homólogos en los últimos tiempos, con resultados más bien discretos.

México quería cerrar un acuerdo antes de final de año para evitar que el TLC se convirtiese en tema de campaña. Y a EE UU tampoco le entusiasma la idea de que las conversaciones se alarguen sine die, ya que en noviembre se celebran las legislativas y el futuro de este marco comercial es una patata caliente que divide al Partido Republicano. Esta discrepancia no es solo ideológica, entre el pensamiento más global y el que pide un paso atrás, sino territorial: hay estados especialmente perjudicados con la ruptura del tratado, zonas rurales que paradójicamente han sido grandes graneros de votos para Trump. Por eso, las partes se han puesto de acuerdo en fijar como fecha límite el primer trimestre del año. El jueves, el secretario (ministro) de Economía mexicano, Ildefonso Guajardo, descartó que EE UU rompa el tratado en lo que resta de 2017: “Lo que ocurra, no ocurrirá de aquí a final de año; ahora están en medio de la discusión legislativa sobre la reforma fiscal y no es muy aconsejable que hagan olas que molesten a intereses individuales de los senadores republicanos”.

Todo quedará, por tanto, para los primeros compases de 2018. El secretario de Comercio estadounidense, Wilbur Ross, dijo esta semana que a finales de marzo debería haber un borrador encima de la mesa. La cuestión es qué dice ese papel. La Administración de Trump quiere reducir su voluminoso déficit comercial (la diferencia entre lo que importa y lo que exporta), de medio billón de dólares, aunque no es México el desequilibrio el que más pesa: con China el déficit es seis veces superior. Si Washington no accede a rebajar el listón de sus propuestas, las condiciones impuestas para seguir adelante son difícilmente salvables en México y Canadá. Y el propio Trump ha dejado meridianamente claro en varias ocasiones que da por muerto el TLC. Ese es su escenario base.

Con el presidente estadounidense es difícil saber si las palabras son un órdago, una maniobra de presión negociadora, o si realmente está dispuesto a liquidar un marco comercial que lleva casi un cuarto de siglo multiplicando los flujos comerciales en la región, es decir, llevar a cabo una suerte de Brexit a la americana. Industrias fundamentales, como la de la automoción, están preocupadas por ello y ya han levantado la voz: decenas de miles de millones de dólares invertidos en México están en juego.

“Se han acabado los días en los que se aprovechaban de Estados Unidos”, dijo este miércoles en la Casa Blanca, recién llegado de una larga gira por Asia. Precisamente en esa gira, insistió en la que es su nueva apuesta en las relaciones económicas, una apuesta por los pactos bilaterales en detrimento de lo acuerdos multilaterales que, a su juicio, facilitarán los principios de justicia y reciprocidad.

EL FACTOR OMC
De consumarse la ruptura del TLC, todos los focos se dirigirían a una institución clave para los intercambios internacionales pero a la que no se le suele prestar mucha atención hasta que surge una batalla entre países: la Organización Mundial del Comercio (OMC). En el escenario menos dañino para México, la Administración Trump abandonaría el TLC pero se mantendría en el seno de la OMC y el arancel máximo que podría fijar para los productos importados de México rondaría el 3,5% de media, de acuerdo a la normativa de este ente. Los intercambios, salvo en casos muy específicos, como la producción de pick ups –sobre la que las tarifas podrían llegar hasta el 25%– , se mantendrían prácticamente intactos. En el escenario más adverso para México, Washington abandonaría la organización que ejerce de árbitro entre países y EE UU podría fijar el arancel que considerase. Trump ya ha amenazado más de una vez con este extremo, que tendría efectos devastadores sobre el comercio y la inversión bilateral. Pero no solo: el problema pasaría del ámbito puramente regional al global, al anularse todas las reglas internacionales que regulan los intercambios.