La muerte del PRI, ahora sí

Jorge Zepeda Patterson/ Sin Embargo

Ciudad de México.- Ya hemos matado al PRI otras veces, pero en esta ocasión puede ser que nos cumpla. En el 2000 cuando el triunfo de Vicente Fox lo sacó de Los Pinos, muchos pensaron que los días del partido estaban contados. Quisimos creer que la pérdida de la presidencia equivalía a algo así como el desplome del muro de Berlín que arrastró en su caída a los partidos comunistas de Europa del Este. Pero el PRI demostró ser más resistente que el Soviet. Doce años más tarde, como todos sabemos, ya había regresado a Los Pinos de la mano de Enrique Peña Nieto.

Y es que en cierta manera nunca se fue. Durante los doce años de alternancia panista el PRI siguió siendo el partido gobernante en la mayor parte del territorio nacional. Y fue justo la constelación de gobernadores en torno al mandatario del Edomex que los trajo de regreso.

En 2018 el PRI volverá a salir de Los Pinos, pero esta vez sin boleto de retorno. ¿Por qué? Porque en el 2000 fue desplazado pero no sustituido. Es decir, nadie ocupó realmente su lugar. Siguió siendo la fuerza política que monopolizaba la narrativa nacionalista, la única que mantenía los vasos comunicantes con el México profundo, con la vida sindical corporativa, con las estructuras campesinas a todo lo largo del territorio.

De 2000 a 2012 el PAN fue incapaz de construir una sociedad política capaz de sustituir la cosmogonía de la que se nutría el PRI. En lugar de edificar el entramado de instituciones democráticas que aseguraran una vida pública cívica y moderna, trató de imitar el presidencialismo del PRI pero sin su oficio ni su base social. Terminó siendo un mal remedo.

Pero lo que ahora se le viene encima al PRI es nada menos que Andrés Manuel López Obrador y su Morena. En cierta manera una versión reconcentrada y auténtica del verdadero PRI o al menos de su alter ego. Uno que recupera el pacto social originario entre el partido y las masas; el que abreva en Lázaro Cárdenas y los grandes mitos nacionales. Me atrevo a pensar que la llegada de Morena al poder provocará en el resto del territorio nacional lo que ya sucedió en la ciudad de México: a partir de 1995 el PRD prácticamente erradicó al PRI del Distrito Federal por el simple expediente de arrebatarle el control de las organizaciones populares, pero en aquél entonces solo sucedió en la capital.

El problema para el PRI es que López Obrador hace anacrónico al PRI. ¿Para qué conservarlo si Morena es un PRI más auténtico? Despojado de su vinculo con las organizaciones populares, de su narrativa y sus mitos, el partido oficial queda simplemente como una agencia de colocaciones, salvo que ahora no tiene posiciones para repartir. En las próximas elecciones no solo perderá la presidencia sino también buena parte de las gubernaturas, presidencias municipales, escaños y curules en disputa. Algo que no sucedió en el 2000.

A partir del triunfo de Andrés Manuel López Obrador veremos una emigración masiva de organizaciones populares, estructuras corporativas y cuadros priistas en busca de cobijo en la enorme carpa de Morena. En tal caso, el PRI quedará como un cascarón refugio de cartuchos quemados y material político no reciclable. ¿Qué otra cosa podrían hacer los Manlios Fabios y los Gamboas? Nada. Quedarse en un PRI especie de PARM en progresiva caída.

Ese es mi escenario, pero caben otros; no sería la primera vez que el PRI regresa solo por fastidiar: por ejemplo que un PRI momificado retorne al poder en el 2030 con el argumento de “más vale malo por conocido…”. Haga usted su apuesta. ¿Estamos ante el fin del PRI o simplemente una coyuntura infortunada de la que regresará reinventado?