La apuesta kamikaze de Ricardo Anaya

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Si el diagnóstico que hacen los panistas sobre la posible presidencia de Andrés Manuel López Obrador resulta cierto, el país necesitará más que nunca una oposición unida, robusta, responsable, firme y con principios y convicciones.

Si Morena, como piensan sus detractores, en verdad pretende instituir en el país un gobierno populista, México necesitará contrapesos; y ese contrapeso natural es –o debería ser- el Partido Acción Nacional.

La búsqueda del poder está en el ADN de los partidos políticos, pero esta no es su única función. También tienen la obligación de representar y defender con contundencia los intereses de sus votantes.

Ricardo Anaya aprovechó su gestión como presidente nacional para abrirse camino como aspirante presidencial. Utilizó su poder para abrogarse la candidatura minimizando cualquier riesgo de competencia.

“Pese a no contar con el apoyo de Fox ni del Comité Ejecutivo Nacional, Felipe Calderón también logró hacerse de la candidatura”.

Uno de los grandes aciertos que ha tenido el PAN en su historia ha sido, precisamente, permitir la competencia interna por la silla del águila. Vicente Fox lo aprovechó y, con el impulso que le dio un buen gobierno en Guanajuato, construyó durante años una candidatura que terminó sumando a todos los liderazgos panistas en el país.

Pese a no contar con el apoyo de Fox ni del Comité Ejecutivo Nacional, Felipe Calderón también logró hacerse de la candidatura. La competencia fue cabal y nuevamente el PAN fue capaz de construir la unidad y salir fortalecido rumbo a la elección.

Ni siquiera el propio Calderón, quien durante su gestión como Presidente de la República se hizo del poder absoluto del PAN –incluso imponiendo dirigentes- se atrevió a eliminar la competencia democrática por la candidatura presidencial. Tan no lo hizo que su ‘gallo’, Ernesto Cordero, perdió la elección interna frente a Josefina Vázquez Mota.

Mientras que Ricardo Anaya, como presidente nacional, urdió una alianza electoral con dos partidos de izquierda, cuyo principal beneficiario era él mismo. En un reparto inequitativo, cedió espacios al PRD y al Movimiento Ciudadano en lugares donde su presencia es mínima. El PAN accedió, incluso, a borrar casi totalmente su presencia en la Ciudad de México, a cambio de atrincherarse en las delegaciones Benito Juárez y Miguel Hidalgo.

Anaya parecía confiado en que los votos de sus aliados, su carisma (¿ ?), el efecto anti López Obrador y el rechazo generalizado al PRI le darían el impulso suficiente para llegar al poder. Pero no ha sido así. De acuerdo con el agregador de encuestas Oraculus, Anaya tiene apenas ocho por ciento de probabilidades de ganar la elección.

Tenía el control absoluto de los aparatos del partido y, por las alianzas que tejió, era prácticamente imposible que perdiera una eventual elección interna. Pese a esto no se arriesgó ni garantizó condiciones de equidad para una contienda interna, lo que provocó la renuncia de Margarita Zavala.

Este fue, sin duda, uno de sus errores más graves. Zavala renunció a Acción Nacional y, aunque los votos que se llevó no fueron muchos, Anaya no logró el cierre de filas necesario para que su candidatura emocionara a los panistas y a sus simpatizantes. Así, la unidad en torno a su candidatura resultó artificial, tanto así que le costó casi dos meses reunir a seis gobernadores de su partido para que lo respaldaran.

“El otro gran error de Anaya fue creer que el poder es lo único que importa”.

El Frente Ciudadano por México estaba diseñado para la victoria. Difícilmente se mantendrá unido los próximos seis años si no ganan la elección del primero de julio. Si los pronósticos se cumplen, el PAN no solo tendrá bancadas débiles en el Senado de la República y la Cámara de Diputados, también quedará dividido y sin liderazgos en un momento histórico para el país.

El otro gran error de Anaya fue creer que el poder es lo único que importa. Como presidente nacional debía entregar un mejor partido que el que recibió, más fuerte y más unido, que arropara e impulsara a su eventual candidato a la presidencia.

De acuerdo con un exdirigente panista consultado para este artículo, “un presidente nacional de partido tiene el principalísimo deber de mantener la unidad y congruencia del partido en relación a su pensamiento y principios. Su papel es el de servir a los militantes y a los ciudadanos, no servirse de ellos. Debe distinguirse por su liderazgo integrador de las diversas visiones y propuestas que surgen de las filas partidistas y sociales”.

Ricardo Anaya no solo apostó su joven carrera política, también apostó al PAN… y no tiene las mejores cartas.