Vigilia. Entre lo público, la razón y el juicio
Miguel Ángel Juárez Frías
Ciudad de México.- La justicia está en juego. Y no es una figura retórica. Esta vez, literalmente, se le somete a escrutinio, se le transforma en botín, se le obliga a travestirse de candidata. Lo que debería ser el contrapeso, hoy está en la boleta. Lo que debió mantenerse como institución de reserva, ahora desfila en espectáculo electoral.
No es una elección cualquiera. Es una elección sin debate, sin campaña abierta, sin garantías. Pero con urna. Con voto. Con consecuencias.
En los chats, los medios y las sobremesas, hoy se discute sobre los nombres, el modelo amplio conocido quedó corto, mal logrado, inacabado, pero eso es parte de la historia que se revela día a día.
La reforma judicial que derivó en este proceso no es sólo un cambio técnico. Es una fractura ética. Una que deforma la naturaleza del Poder Judicial al someterlo a la lógica del aplauso. Porque, como he escrito antes: cuando el juez debe hacer campaña, deja de ser juez. Y cuando cambia la toga por la camiseta electoral, pierde el país, gana la propaganda. Ya lo refería Justo Sierra en el siglo antepasado, la toga se mancha con el lodo de las urnas, en referencia a cómo la elección popular deterioró la imparcialidad judicial.
Los candidatos. Hay de todo. Nombres que arrastran historias de servilismo, cuotas disfrazadas de meritocracia, improvisaciones impresentables. Pero también hay personas valiosas, que a pesar del absurdo del mecanismo, decidieron participar con entereza y temple.
Lo triste es que esas voces pasan desapercibidas. Porque en esta elección pareciera que no gana el que mejor razona, sino el que mejor simula. No se elige al mejor juez, sino al mejor operador. El resultado: una carrera de fondo entre el silencio técnico y el estruendo del oportunismo.
Y sin embargo, rendirse no es opción. La tragedia no está en que la justicia esté en la boleta, sino en que permitamos que se convierta en moneda. Por eso, a pesar del descrédito del proceso, hay que elegir. No abstenerse. No ceder. No entregar la conciencia ciudadana al escepticismo cómodo que tanto le sirve al poder.
Hoy, más que nunca, hay que afinar la mirada. No basta con revisar grados académicos o trayectorias pulcras. El juez genuino no se define por sus títulos, sino por su templanza. El buen juzgador no busca gustar: busca servir. Y quien en lugar de argumentar recita slogans, ya ha dejado de merecer el cargo.
Un juez no es influencer; no es actor; no es operador. El juez, como decía Calamandrei, debe ser libre, sabio, humilde y valiente. El buen candidato judicial se reconoce por su coherencia, por su sobriedad, por su respeto al proceso, incluso si este es imperfecto. El mal candidato se exhibe solo: en su necesidad de validación, en sus videos grotescos, en su vanidad de cartel.
A quienes hoy participan, aspirantes a juzgar, no les sugiero gritar. Les propongo resonar:
- Con sobriedad, no con espectáculo.
- Con principios, no con promesas.
- Con conducta, no con propaganda.
Hay formas de hacerse visibles dentro del marco legal:
- Publicar un compromiso judicial firmado, verificable y ético.
- Abrir espacios digitales informativos, no persuasivos.
- Participar en foros técnicos, no en selfies electorales.
- Dejar que otros hablen por ustedes.
- Dar identidad personal a la propuesta.
No se trata de competir como políticos, sino de presentarse como juzgadores. Y eso exige otra expresión: la que no seduce, sino persuade; la que no ofrece, sino encarna la justicia.
La reforma es una realidad, pero su legitimidad no está escrita: depende de todos. Nosotros como ciudadanos debemos recordarnos que hoy: no se vota por simpatía, se vota por el destino de la justicia; se vota con conciencia, con memoria, con decisión.
El país que queremos para nuestros hijos se juega hoy en la justicia. Y la justicia está en nuestras manos.
Nos leemos la siguiente.