Redacción
En medio del debate por la reforma judicial, los reflectores se han centrado en sus implicaciones políticas y constitucionales. Pero lo que aún no se discute con suficiente claridad es el terremoto institucional que sacudirá al Poder Judicial a partir del 2 de junio. Una transformación que arranca con una paradoja: elegir jueces por voto popular en nombre de la justicia social, pero al costo de desmantelar la experiencia técnica y la legitimidad interna que hoy sostienen los juzgados.
El nuevo modelo prevé que jueces y magistrados sean electos en las urnas, sin trayectoria jurisdiccional. “Aquí no hay curva de aprendizaje. Se llega directo a los catorrazos”, advierte un funcionario judicial. La sobrecarga no da tregua: expedientes que se acumulan, audiencias sin pausa, resoluciones que no se dictan solas. “El juzgado no se opera con discursos”, señalan jueces de carrera.
El escenario anticipa un choque entre la legitimidad electoral y la autoridad profesional. Secretarios, actuarios y proyectistas podrían resistirse a reconocer a superiores sin experiencia. “¿Tú qué me vas a venir a decir, si estás aquí por votos y no por méritos?”, es la pregunta silenciosa que muchos ya lanzan a jueces provisionales. Con los nuevos nombramientos, el riesgo es que esa grieta se convierta en abismo.
En este contexto, la mitad de los juzgadores cambiarán este año. La otra mitad, con cargo hasta 2027, es hoy el último muro de contención. “Si no les tiembla la mano, aún pueden frenar parte del deterioro”, dicen desde adentro. Pero si ellos también claudican, se avecina el caos.
La sospecha de justicia politizada crece. Litigantes podrían dejar de confiar en fallos que beneficien a candidatos o partidos. “La justicia se convierte en espectáculo cuando responde a cuotas, no a la ley”, advierte un académico.
Frente al vacío, la academia y los colegios de abogados tienen una tarea urgente: establecer estándares éticos y de formación que compensen la falta del servicio profesional de carrera. De no hacerlo, advierten especialistas, “otros ocuparán ese lugar. Y no serán los mejores”.
“El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer”, escribió Gramsci. Entre el ruido de campañas y la incertidumbre judicial, se impone una certeza: vendrá el desgaste. Y tras él, la reconstrucción. Pero solo si alguien decide sostenerse, aunque sea con los pies en el lodo.
Con información de: Nexos