El Manual del mal perdedor

Elda Cantú/NYT

Nadie quiere perder. Sin embargo, mientras vivamos en un mundo en el que nos apasionan las elecciones, la bolsa, la lotería y los videojuegos, perder es inevitable.
Algunos hacen lo que sea con tal de evitar la derrota. El expresidente de Estados Unidos Donald J. Trump se negó durante semanas a aceptar que había perdido las elecciones.
En Nicaragua, el presidente Daniel Ortega, parece empeñado en asegurar su triunfo en las votaciones de noviembre. En los últimos días casi todos sus adversarios políticos han sido encarcelados, acusados de delitos o puestos bajo arresto domiciliario, allanando así el camino para unos comicios sin contrincantes.

En Perú, la estrecha votación de la segunda vuelta presidencial ha sumido al país en una amarga espiral. Tras la elección, el bando de la candidata Keiko Fujimori, abajo en el conteo oficial por alrededor de 70.000 votos, busca anular actas que equivaldrían a unos 200.000 votos, entorpeciendo la transferencia de poder en uno de los países más afectados por la pandemia.

Como escribió con elocuencia el politólogo peruano Alberto Vergara, “el momento requiere de una grandeza y humildad que estos candidatos y sus aliados no han mostrado pero que deberían estrenar, gane quien gane”.
En Israel, otro país en turbulencia, con cuatro elecciones en dos años y donde el gobierno no ha conseguido formar una coalición estable, el domingo será un día clave: el parlamento votará para que Naftali Bennett asuma como primer ministro. Sin embargo, el actual mandatario, Benjamin Netanyahu, asegura —sin evidencia— que la elección de marzo fue “robada”, optando así por sembrar miedo y división.

Netanyahu, acusado de fraude y soborno, ha sido primer ministro durante 12 años, más que cualquier otro gobernante en la historia del país, y como dijo una analista política, “se convenció de que cualquier otra persona que gobernara Israel constituiría una amenaza para su existencia”.

Es un discurso que parece inspirado en el manual de Trump. Para evitar irse de la Casa Blanca como un perdedor, el expresidente lanzó dudas sobre la transparencia de la elección. También azuzó el miedo de sus seguidores al insinuar que perder las elecciones suponía el fin de un orden social para la mitad del país, en lugar de un momento rutinario en la vida democrática. Ahora también, en Israel como en Perú, impera el miedo y no el pragmatismo.

Pero, como advirtió Vergara, donde gobierna el miedo no hay espacio para la democracia, un sistema que descansa en la confianza: confianza en que los votos cuentan, las instituciones funcionan y la justicia impera. Y sobre todo, la confianza de que ir a las urnas es un modo razonable de estar en desacuerdo con nuestros vecinos, no una guerra a muerte con ellos.

La derrota —lo saben los deportistas, los profesores y los padres de niños pequeños— es un gran momento de aprendizaje, una lección de humildad.

Esta semana, la tenista Coco Gauff fue eliminada en los cuartos de final del Roland Garros. “Estoy decepcionada”, dijo Gauff después de perder. “Enzo, mi sparring, me dijo que este combate probablemente me convertirá en campeona en el futuro. Yo de verdad lo creo”.

Antes del encuentro la oponente de Gauff, Barbora Krejcikova, reconoció la dificultad del partido. Pero, añadió, la pandemia le daba perspectiva: “Voy y juego tenis y pierdo, pero hay personas que en realidad están perdiendo sus vidas”.