Édith Piaf, llega a su centenario

Redacción

CIUDAD DE MÉXICO.- Sin otros accesorios más que su talento, eso sí, ocupando sus manos de lagartijas —como las definía su amigo, el poeta y dramaturgo francés Jean Cocteau— Édith Piaf triunfó la noche del 3 de febrero de 1956 en el centro nocturno El Patio de la Ciudad de México.

Se trataba de la primera presentación en el país de la dama de la chanson française, en la que el emblemático inmueble ubicado en Atenas 9 de la colonia Juárez —ahora casi en ruinas— sirvió de bastión para que temas como Bravo pour le clown, Johnny, tu n’es pas un ange, Padam Padam y, desde luego, La vie en rose envolvieran a la audiencia mexicana.

Pero no se trataba de cualquiera, ya que de acuerdo con una crónica publicada por Excélsior dos días después, se encontraba “la señora doña María Izaguirre de Ruiz Cortines, esposa del Primer Mandatario, que había llegado a El Patio una hora antes de la presentación de la artista francesa.

La distinguida dama y sus acompañantes abandonaron el salón después de la segunda canción de la señora Piaf, cuando todavía se escuchaba el aplauso alegre y unánime de la concurrencia”, cuenta la reseña.

Actuando contra una severa cortina negra y un sencillísimo vestido negro”, continúa el relato periodístico, la actuación de Piaf fue ovacionada también por grandes figuras del espectáculo mexicano. Entre las butacas por las que años más tarde desfilarían las vedettes mexicanas, se encontraba El ruiseñor de las Américas, Pedro Vargas; El flaco de oro, Agustín Lara, y la pléyade de la sociedad mexicana encabezada por Enrique Corcuera y familia.

Pero la Piaf, quien nació un día como hoy de hace 100 años, no sólo atraía a la crème de la crème de la sociedad mexicana, sino también del lugar donde se presentara. El público de las calles que le aplaudía en la década de los 30 del siglo pasado cuando tenía 15 años o en los cabarets de los barrios bajos de París, contrastaba con el de los bares más elegantes o en recintos como el Carnegie Hall de Nueva York.

O el de aquel concierto que ofreció en 1961 en el legendario Teatro Olympia de París para sacarlo de la ruina. Luego de haber regresado a Francia de Estados Unidos y aquejada por la enfermedad, Édith estrenó una melodía que define a la perfección su vida: Je ne regrette rien (No me arrepiento de nada).

El canto hedonista de El gorrión de París dejaba atónitos a personajes como Paul Newman, Alain Delon, Louis Armstrong, Georges Brassens y Jean Paul Belmondo, que le aplaudían entre copas de alcohol y opiáceos, según reportes de la época.

Édith Giovanna Gassion hija de un normando y madre italiana, nació el 19 de diciembre de 1915 en el número 72 de la calle Belleville de París, según la propia intérprete, aunque su acta de nacimiento y de acuerdo con el autor del libro Édith Piaf, vivir para cantar, Robert Belleret, lo hizo en el hospital Thenôn de la capital francesa.

Abandonada por sus padres, primero en casa de la abuela materna y luego en la paterna, Piaf creció en un prostíbulo propiedad de la segunda, donde aprendió quizá la bondad y la solidaridad. “Esas cosas sólo me ocurren a mí”, decía.

Ciega a los cuatro años por una bacteria, recuperó la vista tras una peregrinación a Lisieux (oeste de Francia), donde se encuentra el santuario de Santa Teresita del Niño Jesús.

A partir de ese momento, la fe de Piaf, de la que nunca se desprendería hasta el final de sus días, fue más inmensa que su estatura que llegaba a los 1.47 metros.

Ya mayor y tras haber sido abandonada de nueva cuenta por su padre cuando juntos andaban por las calles —ella cantando y él realizando ejercicios de contorsionismo— inició su peregrinar por las calles de Marsella y París, en las tabernas de Pigalle llenas de humo.

Aún adolescente, dio a luz a su única hija, Marcelle, quien murió a los dos años víctima de meningitis. Pero la vida de Piaf tomaría otro rumbo. El empresario Louis Leplée, quien la bautizó como La Môme Piaf (La muchacha gorrioncillo) la rescató de las calles y a los 20 años le ayudó a grabar su primer disco.

Pero su muerte, de la que ella fue sospechosa, la regresó a la miseria. Vivencias entre la tragedia y la gloria forman parte de las biografías, cartas y nuevas grabaciones lanzadas en Francia con motivo del centenario de su nacimiento.

Además del material de Robert Belleret, también ve la luz un libro con recuerdos de su amiga Ginou Richer (Piaf, mi amiga) y un libro con un centenar de cartas que escribió a su confidente Jacques Bourgeat entre 1936 y 1959 (Cartas al amigo de la sombra), reporta la AFP.

A principios de año se montó una exposición en la Biblioteca Nacional Francesa de París, en la que pudo verse, entre otros, su célebre vestido negro. Charles Aznavour, que fue su secretario y escribió letras para sus canciones, le rindió homenaje en un disco publicado en mayo, De la Môme à Édith.

Melodías que la convirtieron en la intérprete francesa más conocida en el mundo y que representó el espíritu libre francés. Édith se divertía en recitales por la madrugada con amigos; juergas en las que apenas comía y casi siempre bebía licor de menta, una de sus bebidas favoritas.

Durante la ocupación nazi en París, Piaf, al igual que otras cantantes francesas, tenía permiso para no respetar el toque de queda y contaba con autorización especial por parte de los oficiales alemanes. Incluso, se dice que en las madrugadas, las autoridades se acercaban a la banqueta para escuchar cantar a Piaf.

En 1943 era el centro de atención, pero una vez terminada la guerra, su gloria artística llegó al Olimpo y sus amoríos cobraron notoriedad. Édith tenía un sentir de arrogancia y seducción hacia ellos.

Admitan que tengo suerte de tener tantos amantes. ¿Qué mujer no me los envidiaría? Son jóvenes, bellos, seductores, y después que me conocen, comienzan incluso a hallarles talento”, confesó en cierta ocasión.

Ahí estuvieron Yves Montand, Georges Moustaki, Eddie Constantine, Jacques Pills, Paul Meurisse y Théo Sarapo, su última pareja. Pero el gran amor de El gorrión sin duda fue Marcel Cerdan, el célebre boxeador que murió en 1949 en un accidente aéreo cuando viajaba de París a Nueva York para encontrarse con ella.

Te amaría de cualquier manera, aunque fueses un asesino”, le escribió Piaf en una de las tantas cartas que le mandaba cuando estaban separados y a quien dedicó L’hymne à l’amour.

Ante la desolación por la muerte de Cerdan y cuestiones físicas, Piaf se hizo adicta a la morfina, hecho que se complicaría con el cáncer hepático que le fue diagnosticado. Retirada en la localidad mediterránea de Grasse (Francia), la voz de La Môme se apagó el 10 de octubre de 1963, aunque su muerte se anunció un día después cuando su cuerpo fue llevado a París.

Medio millón de franceses se volcó a las calles para resguardar el féretro que llevaría sus restos al cementerio Père Lachaise. Fue tal la cantidad que, según reportes, ni el fin de la guerra llevó a tantas personas afuera.

El barco se acaba de hundir. Éste es mi último día en esta tierra”, dijo su amigo, el poeta y dramaturgo francés Jean Cocteau al enterarse de su muerte. Horas más tarde, él también partiría.