A despriizarse

Denise Dresser

Ciudad de México.- El Partido Acción Nacional está de plácemes. Alza los brazos, hace la “V” de victoria, se da palmadas en la espalda por el triunfo que acaba de obtener en la urnas. Siete gubernaturas, un montón de plazas, un caudal de votos. Y sus dirigentes argumentan que el pueblo habló y lo recompensó. Que el panismo ha recobrado su vocación democrática. Que el panismo se ha reinventado y ha resucitado. Como si eso fuera cierto. Como si el voto de castigo al PRI hubiera sido también un voto de recompensa al PAN. Cuando en realidad los blanquiazules se beneficiaron simplemente por estar allí. Por ser percibidos como la fruta menos podrida en el mercado. Porque en el cálculo electoral de muchos mexicanos había que sacar al PRI por corrupto, eligiendo a un partido que también lo ha sido, aunque quizás un poco menos. Para el PAN, éstos no deben ser tiempos de triunfalismo sino de despriización.

Hoy que la dirigencia blanquiazul celebra sus triunfos, haría bien en reconocer sus errores para no cometerlos de nuevo. En la elección reciente -con excepciones como Chihuahua- el PAN ganó por default. Ganó con algunos candidatos malolientes y otros impresentables. Ganó a pesar de los “moches” legislativos y las “subvenciones” legislativas y la oposición de numerosos panistas a la Ley 3de3. Ganó porque el PRI fue tan corrupto y tan rapaz y tan impune, que el PAN ganó sólo por contraste. Fue el tono de gris menos oscuro, pero gris oscuro al fin.

Urgen entonces tiempos de limpieza, de desinfección, de distanciamiento con lo que el PAN fue durante sus doce años en la Presidencia y sus tres al lado de Peña Nieto. El partido del pragmatismo minimalista por encima de la ambición transformadora. El partido de los pasos pequeños en lugar de las grandes apuestas. El partido que echó a perder la transición “pensando chiquito”. Pensando más en cómo aprovecharse de la estructura de privilegios que en cómo desmantelarlos. Con Vicente Fox, pactando con el PRI, cediendo, retrocediendo hasta acabar acorralado por las alimañas, tepocatas y víboras prietas que prometió aplastar. Con Felipe Calderón, librando una guerra mal pensada, mal instrumentada, contraproducente que le costó la Presidencia no tanto por corrupto sino por incompetente.

El PAN que al ir de la mano del PRI y los representantes del pasado no pudo romper con él y sacrificó la ambición moral que alguna vez lo caracterizó. El PAN que al aliarse con los artífices de las peores prácticas no logró denunciarlas. El PAN que al cerrar filas con los priistas contribuyó a limpiarles la cara. El PAN que al pactar con el viejo PRI -Beltrones, Gamboa, y tantos más- ayudó a regresarlo a Los Pinos en 2012. Ese panismo que lleva los últimos doce años mimetizando al PRI. Ese panismo que no ha sabido combatir con inteligencia al viejo régimen. No ha querido en realidad hacerlo. Desde Los Pinos, pasando por las gubernaturas, hasta llegar a las presidencias municipales, múltiples panistas han avalado todo aquello para lo que el PAN fue creado para combatir: las dirigencias sindicales antidemocráticas y los contratos corruptos y las alianzas inconfesables y el cortejo a los poderes fácticos y los certificados de impunidad y el gobierno como un lugar desde donde se reparten bienes públicos a los cuates.

El PAN no rompió con la cuatitud; la perpetuó. Se sumó al paradigma priista que ve al gobierno como un sitio para la promoción del patrimonialismo; como un lugar para llevar a cabo licitaciones amañadas, para obtener contratos, para conseguir vales, para tramitar exenciones, para eludir impuestos, para exigir bonos, para emplear amigos, para promover la imagen personal. Durante los últimos doce años, el PAN no rompió con la visión del gobierno como distribución del botín. No combatió la canibalización del país por la protección constante de prebendas y “derechos adquiridos” y pactos corporativos. Hoy el PAN se beneficia de la corrupción más obvia, más evidente, más cínica del PRI. Pero la conducta común siempre estuvo allí.

Por eso lo que le toca al PAN ahora no es obsesionarse con quién va a contender, sino cómo va a cambiar. Porque si continúa actuando como lo ha hecho el PRI -perpetuando privilegios y construyendo clientelas y contribuyendo a la corrupción- para qué regresarlo a Los Pinos donde sólo se intoxicó con el poder. Ahora tendrá que demostrar que ya logró despriizarse.