Minucias de la democracia

Desde mi balcón

Jorge Arturo Ferreira Garnica

Aguascalientes, Ags.- En su libro “La rebelión de las masas”, José Ortega y Gasset afirma que “la salud de las democracias, cualesquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. Todo lo demás es secundario. Sin el apoyo de un auténtico sufragio, las instituciones democráticas están en el aíre”. Hasta aquí la cita. Este aforismo se ajusta a la perfección sobre el tema que voy a tratar y que tiene que ver con una de las iniciativas de reforma a la ley en materia electoral presentada hace uno días en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, por el diputado, luchador social y militante de izquierda Pablo Gómez. El contenido de dicha iniciativa se centra en fusionar dos áreas sustantivas del Instituto Nacional Electoral como los son la Organización Electoral y La capacitación Electoral y Educación Cívica, ambas con estructura propia e independiente, pero con actividades especializadas; iniciativa supuestamente fundada en los dos objetivos siguientes:

  1. Hacer más eficiente el desarrollo de funciones aparejadas, unificando la toma de decisiones en distintos procesos relacionados, lo que garantiza su correcto desarrollo, y
  2. Generar menor gasto al Instituto, al simplificar y hacer más eficiente su estructura (Textual).

En la exposición de motivos el congresista Pablo Gómez utiliza falsas premisas para fundar y justificar su iniciativa, como lo es el argumento de que “el engrosamiento injustificado de la estructura de los entes públicos no los hace eficientes ni maximiza la relación entre gasto público, responsabilidad y resultados” (textual). Lo cual es harto cuestionable, cuando vemos que lo que se pretende es desarticular la institución electoral cuya eficacia y eficiencia están fuera de todo duda. Pero atendibles son también el esfuerzo humano, y por supuesto, el dinero que nos ha costado a los contribuyentes mexicanos, para contar con una institución que ha sido y es la garante de que los votos se cuenten y se cuenten bien. Nunca antes en la historia político electoral de nuestro país se había logrado organizar procesos electorales libres de toda sospecha fraudulenta. No obstante que quien ganó actualmente a través de uno de estos procesos electorales la Presidencia de la República, en anteriores contiendas en las que el voto ciudadano, igualmente bien contado, no le favoreció, cuestionó sin prueba alguna la legalidad de esa elección. Destruir con una acusación frívola, algo que costó no sólo décadas edificar, sino también sangre, sudor y lágrimas, además de ser una acción irresponsable y visceral, es también una regresión, esto es, apostar a que se instalen en el presente las caducas estructuras del pasado y lo que ello conlleva, como sería prolongar el ejercicio del poder por tiempo indefinido.

El diputado y luchador social de la izquierda Pablo Gómez, formó parte de toda esa pléyade de hombres y mujeres, de los ámbitos político, académico, intelectual, de las luchas sociales, y un largo etcétera, que codo con codo participaron hasta lograr el avance democrático del que ahora gozamos. No es mutilando a la institución que ha garantizado la transmisión del poder y la representación publicas sin aquellos conflictos electorales de un pasado no muy lejano en que la sangre corría por las calles de nuestro país, como se podrá seguir avanzando en la construcción de nuestra joven democracia. Así se dirimían los asuntos electorales de la patria en los dos primeros tercios del siglo pasado. El inquieto y siempre activo congresista, me parece que debería de tener presente en este momento, aquella barbarie que ahora nos parece como algo salido de la ficción. No revivamos al monstruo de mil cabezas, señor diputado, usted mejor que nadie lo entiende, pues ha sido un fiel protagonista del cambio político en México, y no me queda duda que lo seguirá siendo. Pero no es caminando hacia atrás como se avanza, esa es un premisa básica.

Ahora bien, en otro de sus argumentos para sustentar su proyecto de reforma mediante la cual pretende que se fusionen las dos áreas sustantivas en las que descansa todo la organización de las elecciones, usted diputado Gómez, señala que las áreas de Organización Electoral, así como la de Capacitación y Educación Cívica son: dos estructuras diferentes, paralelas, coordinadas, en ciertos periodos fusionadas, pero, al fin, diferentes (textual). En este supuesto existe otro sofisma, pues nunca se fusionan, trabajan sí, en forma paralela y coordinada, puesto que ambas son diferentes, y merced a ello es posible tanto la ubicación de casillas, integración de los paquetes electorales que contienen todos los insumos para la instalación de cada una de las casillas el día de la jornada electoral, así como la recolección y traslado de estos paquetes a los respectivos consejos distritales electorales una vez terminada la votación y clausuradas las casillas, y un sinfín de actividades más que corren a cargo de las vocalías de organización electoral en el ámbito de los 300 distritos uninominales, bajo la supervisión de las vocalías estatales y a nivel nacional la Dirección Ejecutiva de Organización Electoral. Y paralelamente el área de capacitación electoral y educación cívica, no sólo convoca, sino recluta, insacula, capacita al ejército de ciudadanos que el día de la jornada electoral deberán contar los votos de los ciudadanos, amén de otras tantas capacitaciones y actividades para personal eventual, observadores electorales etc., todo en el mismo orden jerárquico que su área hermana.

En la práctica diputado Gómez, estas estructuras orgánicas nunca se fusionan. Sí se fusionan las comisiones tanto del Consejo General, como de los consejos locales y distritales. Es aquí donde reside no únicamente la confusión, sino a su vez el sofisma a que me refiero, pues una cosa son las comisiones aludidas en los tres niveles de la estructura institucional y otra las áreas operativas, las que sí es cierto, como usted señala, en período electoral están sobrecargadas de actividades, pero también, aunque en grado menos intenso, fuera de ese período, y no como usted afirma, en virtud de que nunca están inactivas. Llevar a buen destino un proceso electoral, requiere de una detallada planeación, pues actuar sin planear, sería planear el fracaso, dijo en una ocasión Benjamín Franklin. Y todos los que alguna vez hemos aportado nuestro granito de arena en los procesos electorales federales y locales, sabemos que una elección se inicia cuando concluyó la anterior. Por ello estas áreas sustantivas del INE nunca están inactivas, y menos aún fusionadas, pues cada una requiere de un alto grado de especialización; especialización sin la cual la planeación de cada proceso electoral no sería posible.

Fusionar como usted quiere, diputado Gómez, es a mí parecer, mutilar el cuerpo electoral que construimos todos los mexicanos, y bueno, pues somos los mexicanos en su conjunto quienes habremos de sufrir las consecuencias políticas de tal desacierto, que más que un avance democrático es un verdadero despropósito.

En la pretendida reforma electoral mediante la cual se plantea la fusión de la organización electoral y la capacitación electoral y educación cívica, subyace un mal entendido ahorro de recursos institucionales, a mi ver, sin una base firme de cuánto se podría economizar; la verdad es que poco o casi nada, pues de concretarse esta fusión alguien deberá coordinar los trabajos del área fusionada, pero también deberá contar con personal operativo que ejecute las actividades, en suma, la estructura que prevalezca, seguramente habrá de absorber la plantilla laboral de la que se fusiona, lo que en un lenguaje franco y llano, consistiría en que sólo cambiaría la nomenclatura de la que prevalezca.

 

Es costumbre que una vez concluida una elección federal se dé una reforma en esa materia, y eso es algo que no se está cuestionando, lo que sí se cuestiona es que esta iniciativa de reforma electoral, en lugar de abonar al avance democrático del país, es un evidente retroceso.

Abonemos en bien de ese mísero detalle técnico, que es el procedimiento electoral, y no lo frenemos, menos aún intentemos hacerlo retroceder, pues las consecuencias políticas y sociales no son predecibles. Pensemos como simplificarlo, pero en entendido de que simplificar no es mutilar. Mantengamos saludable nuestro procedimiento electoral y no permitamos que nuestra institución garante de la democracia electoral quede en el aíre, como visionariamente predijo el ilustre filósofo español José Ortega y Gasset.