La consulta popular

Desde mi balcón

Jorge Arturo Ferreira Garnica

Aguascalientes, Ags.- Según el Diccionario de la Real Academia Española, el vocablo consulta, no es otra cosa sino el efecto de consultar, y popular es lo concerniente o relativo al pueblo. De suerte tal, que una consulta popular es el mecanismo que posibilita la participación del pueblo en la toma de decisiones. Es decir, una forma de participación política mediante la cual los ciudadanos o los habitantes de determinado lugar participan de forma directa para decidir sobre un determinado asunto, ya sea aprobando o rechazando dicho asunto; todo ello bajo el esquema de una o varias preguntas orientadas al mismo. Para que el resultado de esta consulta pueda causar efectos debe regirse por ciertas normas contenidas en las leyes, y su organización y ejecución a cargo de una institución del Estado o bien contratada por éste.

Quizá se pregunten el por qué este soporífero preámbulo, y abono a mi favor diciendo que es para fijar de alguna manera una posición al respecto, en virtud de que cualesquier persona, ente público o privado puede realizar una consulta popular o pública dentro de determinada esfera o entorno sea cual fuere su dimensión. Lo que importa es la utilidad que se desprenda de su resultado y los efectos del mismo. Todas las consultas tienen un determinado interés, beneficio o provecho.

Por ejemplo, la que el Instituto Nacional Electoral está a punto de celebrar para escrutar sobre lo que piensas los niños y los jóvenes respecto a temas tan diversos como: el maltrato infantil, lugares en los que se sienten más seguros, personas o instituciones en quién confían, los símbolos de autoridad en el hogar que ellos identifican como cabeza de la familia y en el trabajo, y la distinción y el respeto de género, por citar los más relevantes. Las papeletas que contienen las preguntas sobre los tópicos enunciados están dirigidas a tres segmentos de los infantes, que van de los seis a los nueve años, de los diez a los trece y de los catorce a los diecisiete con preguntas específicas y un apartado adicional para identificar sexo, edad, lengua que hablan, estado físico, grado escolar público o privado, etc. Olvidaba citar la opción para los pequeños que aún no saben leer y escribir pero que podrán expresarse a través de dibujos sobre lo que ellos viven y sienten, y si es correcto o no.

Esta información la obtuve de la página oficial del INE., al leer recordé no sólo que ya en años anteriores siendo IFE., se habían realizado este tipo de consultas, que si no me equivoco suman alrededor de ocho o nueve con la actual, levantamientos de opinión infantil o “eleccioncitas” como cariñosamente les llamó la voz del pueblo. La lectura de las preguntas me remontó a mis años de infancia en los que la autoridad de la familia era y aún sigue siendo, la del padre, que según recuerdo era de un corte marcadamente machista, y de una absoluta sumisión por parte de la madre. Este cotidiana conducta no se concretaba al ámbito del hogar, sino que trascendía al terreno de lo escolar y de lo solaz que se verificaba en la calle. ¡Qué tiempos aquellos señor don Simón! Pues jugar en la calle era parte sustantiva de la formación del individuo. Ahí se aprendía a patear un balón, a batear una pelota de beis bol, a enfrentar el bullying, y especialmente se sembraba la semilla de la amistad, que en la mayoría de los casos perdura hasta el día de hoy. Éramos entes de barrio. Otra forma de familia, con códigos y lenguaje diferentes a los del hogar. Y no obstante el ejemplo machista del que se abrevaba, tanto en el seno del hogar como en el colegio o escuela, existía un solemne respeto hacia la mujer.

Tengo presente que en los corrillos meramente masculinos contábamos chistes colorados, o narrábamos algunas de nuestras aventuras con ese llano y fino lenguaje que era propio de esos singulares centros del otro saber, como la pulquería o el arrabal, según la censura de la autoridad casera. Ese divertimento se suspendía ipso facto cuando se agregaba una niña al grupo, pues jamás salían improperios o vigas de nuestras bocas, como solíamos decirle a esa culta forma de hablar, delante de una fémina no obstante el recalcitrante machismo que imperaba. Así de ese tamaño era el respeto que sentíamos por el sexo opuesto, igualito al que las generaciones de lo que ahora hemos llamado modernidad y postmodernidad les brindan a las chicas, que dicho sea de paso, utilizan la misma terminología. No hay ni diferencia ni respeto en ambos sentidos.

A la mujer se le defendía en la calle, aunque en la casa la tundieran a golpes los maridos o su símil. Paradojas de la vida. Pero así era y es aún en algunas latitudes de nuestro México. En mi caso personal, de muy pequeño, mi hermana, mayor que yo un año y medio aproximadamente, me ponía como santo cristo, hasta que crecí lo suficiente para ya no permitir tal atropello, pues bastó atizarle un par de sopapos para que advirtiera la distinción de géneros. Así crecí y llegué a la edad actual, con una muy marcada imagen de respeto hacia la mujer, pero ahora caigo que ese respeto no se constreñía sólo a la utilización del lenguaje en presencia de ellas, sino también en aspectos tales como la figura central de autoridad en virtud de que tras la separación de mi madre y mi padre, allá en los inicios de la década de los cincuenta, nos fuimos a refugiar a seno de la casa materna de mi progenitora. Casa en la cual prevalecía un incuestionable matriarcado, cuya cabeza fue hasta el último día de su vida, mi muy querida abuela, con la que entable una muy estrecha relación, poco común para esa generación educada bajo severas normas fundadas en una moral de alta raigambre cristiana, y ganándome el privilegio del número uno entre los otros sesenta y un primos hermanos.

Esa inusual convivencia de la que abrevé con gran fruición múltiples lecciones sobre la vida, pero particularmente un imperceptible y paulatino conocimiento sobre la naturaleza de la mujer, es quizá una de los aprendizajes de mí polifacética y trashumante vida que más influencia ejercieron en mi formación como ser humano. Merced a ello es que ahora entiendo y admito sin complicación ni conflicto alguno, esta tenaz lucha que la mujer como símbolo de la ternura y el amor filial, ha tenido que dar a la par de cumplir con la misión primordial de la existencia humana: la de ser madre y eje fundamental de la familia. Lucha titánica que nace desde que el mundo es mundo, y que en México ha logrado logros inimaginables que, hace una década parecían cuasi imposibles de lograr, por el machismo exacerbado que hemos heredado los mexicanos.

Esta analogía viene al caso pues en mí finita capacidad de entendimiento, yo supongo que la citada Consulta Infantil que organiza el Instituto Nacional Electoral, al igual que las anteriores, tiene como fin primordial la formación de valores cívicos, morales, éticos, políticos, democráticos y humanos en este segmento de nuestra población, y cuya utilidad a mediano y largo plazo es coadyuvar con estos valores a la formación de las nuevas generaciones de ciudadanos de la República, y no únicamente cumplir con un mandato de ley en lo relativo a difusión de la cultura cívica y democrática. Esto es, que al fomentar en estas nuevas generaciones una conciencia más responsable, participativa e informada tendremos seres humanos más sensibles y con una visión de País más incluyente y activa en las tareas que les imponga su deber en un futuro no lejano.

De tal suerte que dirigir una consulta popular a este sector de la población es, viéndola sin tapujos, por la total ausencia de colores, una política de Estado, pero también un acierto pedagógico que paralelamente a la instrucción escolar y a la educación en el núcleo familiar constituyen ese bagaje cultural y educativo que sin duda alguna habrán de converger en la formación de un nuevo mexicano y de un ser humano más humano, en el sentido filosófico del concepto.

Le deseo éxito al INE en esta consulta infantil y juvenil, y celebro su acertado enfoque a este grupo poblacional en virtud de que es la etapa ad hoc de la vida para instruir, formar y educar, y dicho sea de paso, desviar en la medida de los posible, que nuestros niños y adolescentes sean presa de la tentación a usar sustancias nocivas para la salud y por supuesto alejarlos de la delincuencia y el crimen organizado o no. Consultas populares así son dignas de ponderar.