El viento que barrió a México o La revolución de las urnas

Desde mi balcón

 

Jorge Arturo Ferreira Garnica

Para Anita Brenner in memoriam

Aguascalientes, Ags.- Luego de haber concluido la etapa de resultados electorales, merced a la cual se asignaron los cargos de elección popular del orden federal y estatales y, en cuyo lapso, hubo de chile, de dulce y de manteca, pues algunos personajes tan seguros como dispuestos a enlistar las nóminas de estos órganos de representación federal y locales, quedaron fuera del presupuesto. Y no es cosa que debamos soslayar, pues recordando a nuestra ilustre paisana Anita Brenner, en esa maravilla de libro que tituló “El viento que barrió a México” en el que diserta sobre la Revolución Mexicana, pareciera que ese viento fue evocado e invocado nuevamente por millones de electores esté domingo primero de julio. Sí, ese viento que levantó la polvareda en nuestro país durante las dos primeras décadas del siglo pasado. “Viento que no fue otra cosa que la lucha revolucionaría por conseguir la libertad y la justicia social en ese ámbito de la población en el que la extrema pobreza y la opresión eran la mayoría de los mexicanos, como lo es ahora”; reclamo por el que pagamos un sangriento tributo de más de un millón de vidas. Ese mismo viento volvió a soplar con una renovada fuerza, con un renovado ímpetu y con un juvenil espíritu, arrasando con las caducas estructuras políticas que otrora enarbolaban los postulados de ésa, nuestra olvidada Revolución, y por supuesto con todas las demás expresiones políticas.

Siempre he sostenido una descabellada hipótesis basada en una mera observación de nuestra historia nacional, cuya suposición consiste en que cada inicio de siglo tiene una característica en común, que ha sido la de las convulsiones sociales. Este siglo XXI no ha sido la excepción, pues el resultado electoral del pasado domingo 1 de julio así lo demuestra. ¿Veamos por qué?

La votación del domingo primero de julio, no fue una votación atraída por la oferta política de un hombre carismático y tenaz que por tercera ocasión buscó llegar a la silla presidencial, y que ahora lo consiguió. ¡No! No fue por su sarta de lindezas y sueños guajiros. Ni el desmedido afán y la desmesura por llegar a la tan disputada silla presidencial. Este fuerte vendaval, igual al que sopló a principios del siglo pasado, fue gestado por el enojo, la crispación, el hartazgo, la inseguridad, y por tantas promesas de cambio, toda ellas sin concretar cambio alguno. Tanto descaro y tanta irresponsabilidad acumulados por décadas fueron ese caldo de cultivo en el que proliferó la corrupción, el crimen y la impunidad, y otros innumerables cánceres sociales.

Cínicas conductas que desataron nuestra furia y justificado enfado. Sí, la incontenible irritación, la inconformidad, y finalmente la protesta generalizada. Todo esto y más, fue lo que trajo ese nuevo viento que ha vuelto a barrer al México del siglo XXI. Un auténtico y fundado reclamo. Un tajante hasta aquí a todos esos señores que se sintieron los dueños del poder y también del país. Ya no fue posible soportar tanta afrenta, tanto cinismo, tanta impudicia y tanta vileza. Ya no era posible postergar toda esa inmundicia a la que nos habían recluido toda esta caterva de pillos y vivales tecnócratas y neo políticos. Había que manifestarlo de una forma que no dejará ninguna duda y mucho menos espacios para la interpretación, menos aún para la tan socorrida elusión de nuestra decadente y caduca clase política.

Este “viento que volvió para asear nuestro país”, es un mensaje sin precedente de un pueblo humillado y olvidado por ese mísero puñado de insensibles e insaciables políticos y gobernantes. Un pueblo agraviado y envilecido por esas élites cínicas y corruptas que de manera consciente dejaron sin condición alguna de educación y progreso a nuestro depauperado cuerpo social. Una élite sin ideología ni valores éticos ni morales. Una doble alternancia de gobierno en la que la tónica fue, cinismo y hartazgo, hartazgo y cinismo y así hasta el infinito. Constructores no de una República Libre y Democrática, pero sí de una “narco república” que ha sembrado de muertos nuestros campos, nuestros pueblos, nuestras ciudades, nuestras calles y nuestro país. Una corruptocracia ciega, procaz y obscena. Un país encharcado por la infamia y la deshonra, la falta de respeto y sobre todo por la traición.

“La revolución de las urnas”, podríamos llamar a este “viento que ha barrido por segunda vez a México”. Más que una muestra de inconformidad y de reclamo, es una verdadera ofensiva sin armas, o dicho con mayor propiedad, es una revolución pacífica, una convulsión social inédita, producto de este nuevo siglo, y de este nuevo milenio, y por supuesto de este nuevo México que todos anhelamos.

Este vendaval de votos, no es un cheque en blanco al ganador de la contienda electoral. ¡No! Tampoco es un simple mandato como en las anteriores elecciones. Es, eso sí, un ultimátum, es decir, una advertencia popular, terminante y definitiva, respaldada por una mayoría categórica. Es menester sopesar esto. Las urnas con los 30´113,483 que los votantes concedieron al candidato ganador, son el lenguaje implícito y explícito del 53.19% que representa la mayoría absoluta del cuerpo electoral; del voto de más de la mitad de los mexicanos, que es una mayoría que demanda justicia social a través de su voluntad individual, secreta e intransferible. Es un giro de ciento ochenta grados. Esto es, la exigencia para un auténtico y legítimo cambio para el bienestar de todos, pero de manera especial y urgente para los olvidados, es decir, todos aquellos que hasta ahora sólo han sido estadística.

Este vendaval me hizo recordar aquel memorable discurso pronunciado hace algunas décadas por un hombre que sí pensaba en su país y lo amaba, y que creía en la democracia. Ese hombre es, porque no está muerto: Don Jesús Reyes Heroles, quien dijo: “…Pensemos precavida y precautoriamente que el México bronco, violento, mal llamado bárbaro, no está en el sepulcro; únicamente duerme. No lo despertemos, unos creyendo que la insensatez es el camino; otros aferrados a rancias prácticas…” “…Todos seríamos derrotados si despertamos al México bronco…” Y es precisamente lo que la gran mayoría de los mexicanos, despertando de nuestro letargo, hemos expresado con la fuerza y el poder de nuestro voto. Por ello, no debe AMLO, considerar su triunfo como un cheque en blanco. Porque no lo es. Es una clara y contundente advertencia: Transitar de la actual democracia político electoral a la democracia formal, por los caminos de la libertad, la justicia y la paz social. Eso es lo que demandamos los revolucionarios de este 2018.

Y aunque el virtual presidente electo ya comenzó a designar hipotéticos colaboradores y cambios en cuanto a la administración pública se refiere, aún no son hechos concretos, pues dependen de múltiples y complejos cambios a leyes y reglamentos que deben ser correctamente evaluados, razonados y consensuados. No es un asunto menor que dependa de la voluntad de un solo hombre, aunque ese hombre sea quien en breve presida el destino de nuestro país. Tampoco es una cuestión de geniales ocurrencias. ¡No! Es, sí, una función de un gobernante impulsado por una mayoría cansada de autoritarismos y decisiones cupulares. Por ende debe hacer acopio de toda la prudencia que un buen gobernante requiere y no de un capricho fundado en un inmenso poder que le otorgamos los votantes. Hacerlo sin el consenso de la gran masa, o de aquellos que podrían resultar perjudicados por tales disposiciones, sería tanto como una regresión a la época del presidencialismo absoluto. Estos adelantos del próximo presidente, no son ni un asomo de cambio de un sistema político, un cambio de esta naturaleza reclama el concurso de todos, y todos quiere decir, todos, esto es, expresiones políticas, pero también ciudadanas, empresariales, clericales y militares.

No votamos para volver al pasado sino para proyectarnos hacía el futuro. Futuro que resuelva la pobreza, madre de la desigualdad y de gran parte de la inseguridad, pero también de la corrupción y el crimen organizado. Votamos para poder lograr un México con mayores y más justas oportunidades, mayor seguridad y por un no absoluto a la corrupción; no por un modelo dictatorial escudado en un doble discurso, en un doblez y sobre todo en un estilo personalizado y centralizado para gobernar. “No despertemos al México bronco”, pues este viento que vino pacíficamente a barrer de nuevo a México, puede, porque es capaz, y porque las condiciones están a flor de piel, volver a levantar las polvaredas de las armas…