Con una botella de agua ha llevado luz a millones de hogares

Redacción

Quién le iba a decir a Alfredo Moser, mecánico brasileño, que su invento daría la vuelta al mundo, se instalaría en millones de hogares y mientras tanto, él seguiría viviendo de la manera más modesta posible, en una casa sencilla y manejando un auto de 1974.

Las ideas más brillantes surgen de lo más profundo del talento y la creatividad, de manera espontánea, sin ser esperadas, simplemente ¡pum!, estallan en la mente de uno, un rugido de león que surge de repente de lo más profundo, y que puede en algunos casos, ayudar a cambiar el mundo.

Eso le pasó a Alfredo Moser. En 2002, el sistema eléctrico del lugar donde trabajaba sufrió un apagón. Justo en ese momento se dio cuenta de que cuando eso ocurría, y además lo hacía con cierta frecuencia, eran las fábricas las únicas que seguían iluminadas; las viviendas de su ciudad se convertían en templos de auténtica penumbra.

Tras varios intentos y pruebas, creó uno de los inventos más revolucionarios de los últimos tiempos: la creación de luz a través de agua y cloro.

Su invento tiene un funcionamiento muy simple, sólo hay que llenar una botella de plástico de litro y medio, con agua y 10 mililitros de cloro. Se hace un pequeño agujero en el techo de la vivienda donde se colacará la botella, y ésta reflejará la luz solar en los lugares que carecen de éiluminación.

Además, este tipo de bombillas sostenibles tienen una vida útil de 10 años sin requerir servicio técnico durante todo ese periodo.

Con una solución tan fácil y poco costosa, a un problema tan serio como el de no disponer de luz eléctrica, fue más que previsible que este nuevo modelo se distribuyera y copiara alrededor de millones de hogares por todo el mundo.

Millones de personas del mundo ya no tendrían que vivir a oscuras cuando se pusiera la noche.

El interés de este invento llegó hasta My Shelter Foundation en 2011, una fundación que trabaja en Filipinas donde sólo el 87.5% de la población dispone de energía eléctrica según datos de El Banco Mundial.

My Shelter Foundation creó la iniciativa “A Liter of Light” para surtir luz ecológica a las poblaciones más vulnerables. Gracias a eso, “la bombilla Moser” ya se usaba en 2014 en más de 140,000 hogares de Filipinas donde nunca había llegado anteriormente la electricidad. Además, esta idea también ha sido muy popular en más de 15 países, como India, Bangladesh, Tanzania, Kenia, Colombia o Fiyi.

La realidad en América Latina

Los datos de Filipinas son sorprendentes en cuanto a su nivel de cobertura eléctrica, pero sin embargo, no es el país que ostenta algunas de las primeras posiciones en el ranking de estados sin electricidad tal y como sí lo hacen Sudán del Sur (5,1%), Congo (16,4%) o Uganda (18,2%).

En América Latina, y aunque las cifras no son comparables con las que muestran estos países, existen millones de personas que siguen viviendo diariamente sin acceso a la red eléctrica. Hablamos de lugares tan variados como Haití donde el porcentaje de la población con acceso a electricidad es del 37.9% , Nicaragua (77.9%), Honduras (82.2%), Bolivia (90.5%), Barbados (90.9%) o Colombia (97%).

Consciente de la situación en la que vive la región, el colombiano Camilo Herrera decidió exportar la idea de “A Liter of Light” o un Litro de Luz en español, hasta América Latina.

Su andadura comenzó en Duitama, una ciudad muy pequeña de Boyacá. Cali, la tercera urbe más poblada del país, fue el segundo lugar al que se expandió este proyecto, para después trasladarse a 14 ciudades más gracias al esfuerzo de los trabajadores de la propia ONG y de sus voluntarios, alcanzando los 3.600 hogares.

Pero el proyecto está cruzando fronteras, y el pasado octubre la comuna chilena de Renca lo recibió con los brazos abiertos. Gracias a Un litro de luz y la donación de una empresa privada, se han instalado en esta comunidad 50 postes de luz ecológicos hechos a partir de bambú, PVC, madera y placas solares; hecho que mejora la calidad de vida y la seguridad de sus habitantes.

Esta iniciativa no solo ha ayudado a traer luz a poblaciones remotas, tanto en sus calles como en las viviendas de sus habitantes, sino que también ha ayudado a ahorrar a las poblaciones en el umbral de la pobreza hasta un 40% en la factura de la luz.

¿Qué queda por hacer?

No hay duda de que este mecanismo de innovación social tiene un valor incalculable, contribuye al desarrollo y a mejorar la vida de los más vulnerables. Sin embargo y en parte, no deja de ser una curita al problema de exclusión que sufren las zonas más pobres de muchos países.

¿Necesitan los gobiernos invertir más y mejor en sistemas de calidad que igualen la vida de los más pobres? ¿Por qué no apostar más por métodos innovadores y ecológicos que aboguen por la sostenibilidad del planeta? ¿Llegarán alguna vez a manejarse unos presupuestos en los que se intente igualar de verdad a las personas independientemente de la zona en la que vivan? ¿Pueden los gobiernos ayudar a que surjan más Alfredos Moser a través de la inversión en educación pública de calidad que fomente la motivación y la creatividad?

Lo que está claro es que ellos, los gobiernos, deben seguir trabajando por las personas y su bienestar social, cubriendo las necesidades y derechos básicos que como personas nos corresponden: buscando iniciativas que busquen romper con la brecha social y contribuyan al desarrollo efectivo, y resolviendo los problemas estructurales de acceso a servicios básicos.

De cualquier manera, este tipo de iniciativas siempre serán bienvenidas, porque, y aunque sea a modo de curita, pueden transformar y mejorar las vidas de millones de personas de todo el mundo mientras todavía quede mucho por hacer.

Este texto apareció primero en el blog Desarrollo Efectivo del Banco Interamericano de Desarrollo

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